Vivimos en un mundo muy pequeño, encerrados entre las cuatro paredes de nuestras obligaciones y nuestros miedos. Apenas nos atrevemos a abrir la mente a otras formas de entender la relación con nosotros mismos, con los demás y con el entorno. Vivimos con prisa y con recelos, mirando el reloj antes de dar un paso o concertar una cita, atentos a nuestras agendas para ver si nos queda espacio en el que ubicar unas horas con alguna persona querida. Es el mundo que nos corresponde, estamos acostumbrados a esta manera de actuar, cumplimos nuestros roles y hasta somos capaces de etiquetarnos como felices. Pero a veces nos asomamos a nuestra forma de vida y no la encontramos perfecta, ni siquiera agradable. Y entonces, tal vez sólo entonces, decidimos mirar a otro lado y nos encontramos con los demás.
Definimos como diferente al que no piensa, viste, vive, come, se divierte o ama como lo hacemos nosotros y los miramos con aprensión y dudas. Y, sin embargo, cuánto aprenderíamos de observar y de convivir con los que no sienten y razonan de la misma manera. Éste es mi punto de partida: ¿qué ocurriría si me decidiera a conocer fórmulas alternativas de estar en el mundo? Hace tiempo decidí probar y la experiencia, además de enriquecedora, ha resultado ser mi propia definición.
Decidí, pues, viajar. No puedo decir que sea viajera, soy solamente una "turista", una mujer occidental que sale de casa con un billete de ida y vuelta. Porque yo quiero volver. Una de las decisiones que tomé es poder compartir lo que yo vivo con las personas de mi entorno. No quiero permanecer en otros lugares, no quiero escapar de nada, no siento la necesidad de perderme y experimentar para encontrarme a mí misma. Tan solo pretendo aprender de los que no viven como yo, aunque sea en pequeñas dosis, en momentos puntuales del año, de cada año, para después poderlo recordar, hacer mío y transmitir.
Cuando me preguntan qué es lo que busco en esos viajes, suelo contestar que, más que buscar, encuentro. Las personas no somos iguales en todas partes, porque nuestras necesidades, deseos y aspiraciones tampoco lo son. Yo me encuentro con gentes y con paisajes, vivencias, colores, aromas y sonidos, experiencias vitales en cualquier caso que me sacan de la rutina, de mi estrechez occidental y me permiten relativizar y ampliar mi mente.
Encuentro, más que busco. Me encuentro con personas que sonríen, que desean hablar conmigo, que curiosean mi ropa, mi piel y mi pelo. Me encuentro ante lugares hermosos y monumentos que han dejado su huella en la historia. Encuentro experiencias que no viviría de haberme quedado en mi lugar de siempre. Ésa es mi recompensa. Y esto es lo que quiero compartir.
1 comentario:
Hola:
Eres muy clara. Comunicas muy bien lo que quieres comunicar. Por ello, veo muy interesante que te hayas decidido por fin a abrir este blog).
Mantienes muy bien y muy equilibradamente el pie en tierra (en occidente). Y esto le da cierta autoridad y valor a lo que dices. Pues, no eres una soñadora que busca evadirse de la realidad o una persona "vocacional" que ha decidido entregar toda su vida al voluntariado..., lo cual no está al alcance de todos, sino que, por el contrario, haces algo que, tal como lo presentas, está relativamente muy al alcance de cualquiera, y que es como una medicina que todos deberíamos o podríamos tomar, en vez de cada 8 horas, al menos cada... x meses...).
Envidio la decisión y la disponibilidad que tienes para dedicarte a esta actividad tan... "culta" e interesante.
Ánimo con el blog, que puede servirnos a otros para viajar... sin movernos del sillón. No lo digo por pereza o comodidad, sino por limitaciones de la realidad y la condición de cada uno. Veo muy interesante la "divulgación" de tu experiencia, y estoy seguro de que leer tus "aventuras" puede llegar a saber mucho más interesante que un viaje "convencional" a la Toscana.
Ludwig (Wittgenstein, claro)
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