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3/9/12

Vietnam, el país amable-2: una historia compleja-B

Phan Thi Kim Phuc quemada con napalm (fotografía de Nick Ut).
Museo de la guerra en Ciudad Ho Chi Min.


Todos hemos sido durante años testigos de imágenes en películas, documentales o museos de lo que supuso la llamada Guerra del Vietnam entre este pequeño país y la desmesurada potencia de Estados Unidos. En el conjunto de los recuerdos comunes que podemos compartir los humanos ciertas situaciones se han convertido en pesadillas colectivas. Algunas de ellas han contribuido a concienciar, otras a asustar, otras tal vez nos repelen por su crudeza. Ello no obstante, solemos asistir con expectativa macabra a la presentación de hechos vergonzosos para la misma humanidad, tan insistentemente presentes a lo largo de la historia. La Guerra de Vietnam hizo que en Estados Unidos los ciudadanos se enfrentaran por primera vez al horror de sus propias injusticias y que percibieran a los soldados que retornaban al hogar como villanos y no como los héroes a que tan acostumbrados estaban.
Antes de que ocurriera tan lamentable episodio Vietnam había superado un largo periodo de dominación francesa. La huella francesa es muy notable todavía en forma de edificios de aire colonial y en algunos aspectos de la gastronomía. Desde mediados del siglo XIX Francia ocupó el país, así como zonas vecinas, constituyendo la Indochina francesa. En el interior de Vietnam no dejaron de sucederse protestas anticolonización y nacionalistas que, a pesar de intrigas y corruptelas políticas, culminaron en 1954 con la independencia. Un papel clave lo jugó entonces Ho Chi Min, líder del movimiento nacionalista comunista Viet Minh. En mayo de 1954 se produjo la derrota definitiva de los franceses en la batalla de Dien Bien Phu. Una de las principales consecuencias se produjo  en septiembre de 1945, la partición de Vietnam en dos, el sur con el apoyo de potencias occidentales, entre ellas Estados Unidos, y el norte, controlado por el Viet Minh. 


Edificio de la Ópera, Ciudad Ho Chi Min.


Catedral de Notre Dame, Ciudad Ho Chi Min.


Vietnam del sur, República de Vietnam, con capital en Saigón, quedó en manos del despótico y ultracatólico Ngo Dinh Diem. La corrupción y la brutal persecución de budistas de su régimen fue tal que, contando con el apoyo de Estados Unidos, se produjo un golpe de estado por el que fue derrocado en 1963. Vietnam del norte, o República Democrática de Vietnam, fue fundado por Ho Chi Min en Hanoi. Los comunistas vietnamitas pretendían unificar ambos bajo el poder de un mandato socialista, lo cual provocó que Estados Unidos interviniera en favor del sur, desencadenándose así la Guerra de Vietnam. Hasta 1975, con la caída de Saigón a manos de las tropas comunistas, no se produciría la reunificación.


Palacio de la Reunificación, Ciudad Ho Chi Min.

No hace falta repetir lo que son las guerras, a quiénes benefician y quiénes siempre serán perjudicados. No hace falta dar vueltas a por qué se inician los conflictos, puesto que detrás de todos ellos ya sabemos que se esconden intereses muy alejados de las necesidades de los individuos que sufrirán las consecuencias. En el caso de la Guerra de Vietnam, al visitar los escenarios de aquella historia, lo primero que surge en la mente es la idea de la absoluta desproporción de los medios de un país invasor contra el invadido. Dejando al margen la prepotencia de la pretensión por instaurar un orden determinado (el supuestamente democrático contra el comunista), el poderío norteamericano desbordaba cualquier previsión que pudiera imaginarse.


Algunos datos. Museo de la Guerra, Ciudad Ho Chi Min.

Muchas fotografías dejan constancia de las diferencias, mostrando la fragilidad de los vietnamitas y la superioridad física del ejército invasor. Hay en el museo una imagen de un campesino corriendo delante de un soldado norteamericano que evidenciaba con claridad el abismo de medios y fortaleza de ambos bandos: cuerpos delgados y pequeños frente a los fornidos y bien alimentados; armas escasas y de fabricación casera ante el poderío militar de uno de los mayores y mejor preparados ejércitos del mundo. Aun así, Vietnam hizo buen uso de los recursos de que disponía: la jungla, la guerrilla y la imaginación. 
Caminando por el parque nacional de Cat Ba en una ruta bastante exigente por la subida, el calor y la humedad, era fácil imaginar las sensaciones y la angustia que los soldados norteamericanos pudieron experimentar al adentrarse en ese territorio para combatir a un enemigo invisible. La jungla es tupida, la humedad es superior a lo que se puede soportar, el sudor caía copioso e insistente, hasta el punto de cegarme. La luz es escasa por la densidad de la flora y los mosquitos, las arañas y otros miles de animales agazapados contribuyen a crear una cierta ansiedad. Entiendo el horror de sentirse vigilados, de temer una trampa o una emboscada a cada paso. En la selva el calor y la humedad se convierten en una película sin fin; los mosquitos y otros insectos transforman la piel en su propio campo de batalla. La locura se apodera rápidamente de los jirones de cordura y convierte en víctima al que está bajo su régimen. No siento compasión por aquellos invasores, engañados o no, pero comprendo las neurosis y las paranoias que desarrollaron muchos de ellos, condenados a vagar por esas junglas interminables. Comprendo su regreso al hogar para ser tratados de por vida de heridas incurables, no tanto en el cuerpo, sino indelebles en la mente.
Cerca de Ciudad Ho Chi Min (antigua Saigón) hay un entramado de túneles subterráneos que fueron muy aprovechados durante la guerra con Estados Unidos. Más de 200 km. en varias alturas y organizados con salidas de humos, trampas para prevenir la entrada del enemigo, lugares de reunión y descanso, así como cocinas, almacenes de armas y enfermerías configuran la red de galerías que servía tanto de refugio como de comunicación y coordinación en la estrategia militar. Los túneles sirvieron al vietcong para organizar ataques sorpresa y sólo una casualidad permitió que fueran descubiertos. Las entradas eran tan estrechas que no permitían el paso de hombres robustos cargados con impedimenta militar. Como no era fácil adentrarse, porque además estaban plagados de trampas, introducían perros que, sin embargo, eran despistados por los vietnamitas al utilizar jabones y ropa de los soldados capturados para confundirles con el olor. Desde los túneles los vietnamitas no sólo llegaban hasta las zonas controladas por el vietcong en territorio dominado por los norteamericanos, sino que les permitía hacer una guerra oculta al aparecer de "la nada", matar y desaparecer de nuevo bajo tierra por una de las aperturas preparadas.


Una de las entradas a los túneles.

En el parque dedicado a exponer la historia de los túneles se presenta un vídeo documental de unos diez minutos de duración. La filmación es antigua y el lenguaje es grandilocuente y propagandístico, con momentos infantiles como los que cuentan que las muchachas hermosas preferían cantar, pero combatían valientemente y la medalla con que se distinguía a los "combatientes valientes aniquiladores de yankis". Se puede ver este documento en el enlace de youtube  http://youtu.be/MNLJXCvNNTA .
Debo reconocer que, a pesar de cómo está presentado, el sistema de túneles no deja indiferente a nadie. Resulta impactante conocer el modo en que se construyeron, de qué manera eran ocupados y qué estrategia regía su uso, además de las condiciones en que se habitaban, días y semanas, soportando un calor extremo a varios metros bajo tierra, mientras la superficie era sistemáticamente bombardeada. La zona de Cu Chi fue una de las más devastadas por los norteamericanos, con defoliantes, gasolina y napalm. Aun así, los túneles cumplieron la función que los vietnamitas habían previsto.

Entrada a un túnel.

Salida de humos de los túneles camuflada en un hormiguero.

Esquema del interior de los túneles.



La guerra directa contra el ejército estadounidense duró desde 1964 hasta que en abril de 1975 las tropas del vietcong se alzaban definitivamente con la victoria. Un año más tarde se constituyó la República Socialista de Vietnam. En los Estados Unidos la guerra no estaba bien considerada. Los soldados no eran héroes y muchas de las acciones de los combatientes estadounidenses eran vistas como masacres innecesarias que fueron creando progresivamente un sentimiento generalizado de rechazo. Desde 1968 muchos intelectuales y artistas, además de infinitud de ciudadanos anónimos, protestaban por lo que entendían guerra injusta y desproporcionada. Por primera vez los soldados no eran recibidos con entusiasmo y desfiles triunfales al volver a casa. Las noticias y las fotografías difundidas por los reporteros alimentaban la sensación de abuso y hasta inmoralidad. Casos concretos como el de la matanza de My Lai fueron detonantes en el desprecio que la sociedad norteamericana desarrolló por esta guerra. En el Museo de Recuerdos de la Guerra, en Ciudad Ho Chi Min, se muestran fotografías y objetos de aquella contienda, así como explicación de las celdas de detención y las fórmulas de tortura más habituales. 






Algunas imágenes en el Museo de Recuerdos de la Guerra.

Aquella guerra dejó zonas de Vietnam quemadas e irrecuperables, miles de personas sin hogar y muchos miles más casi sin cuerpo, tanto y tan grave fue el ataque con agentes ultranocivos, como el agente naranja o el napalm. La Guerra de Vietnam queda en el recuerdo de muchas generaciones asociada a la infamia y al sentimiento de que no se trataba de distinguir entre buenos y malos, sino entre poderosos y miserables. Aun así me ha sorprendido enormemente saber qué piensan en la actualidad de aquella guerra que para los que estamos lejos es reflejo de barbaridad.
Vietnam es un país reconstruido, lo cual no evita encontrar diferencias grandes entre norte y sur. A modo de anécdota puedo decir que los del sur se ríen del "romanticismo" de los norteños, mientras que éstos reniegan de la frialdad de los sureños. Pero en asuntos más complejos, las heridas siguen abiertas, aunque se turnen en el poder un presidente del sur y un primer ministro del norte o viceversa. Sin embargo, aquel desgarro social no se ha curado. Viajando por el país las diferencias se hacen manifiestas, aun cuando no me hubieran explicado nada de lo que he aprendido. Ocurre como en España y otros países: muchas familias fueron separadas por cuestiones políticas y el odio se mantiene por más tiempo que los intereses. 
El norte de Vietnam es un lugar montañoso y frío, tienen una sola cosecha de arroz, con suerte pueden llegar a dos. En el sur, el delta del Mekong permite hasta tres y cuatro cosechas anuales. La economía, pues, se muestra como un importante factor diferencial. Por otra parte, en el norte se localizan grupos étnicos emparentados con otros asentados en Laos y Yunan cuyas formas de vida distan  mucho de las habituales en las zonas más cálidas del sur. Todo contribuye a formar un mapa complejo, aderezado con los recuerdos de una partición solucionada sobre el papel, pero aún no resuelta en la vida cotidiana. El guía vietnamita que nos acompañaba, un hombre joven con buena formación académica y criterios claros y rotundos, contaba que su propia familia fue una de las afectadas por las circunstancias políticas. Él es del sur y su padre y su abuelo fueron obligados a ingresar en las filas del ejército para combatir contra el vietcong, porque la alternativa era sufrir cárcel, cuanto menos.


Soldados vietnamitas en el parque de Cu Chi.

Anuncio de cráter de bomba.



Escenas del Museo de la Guerra.

A pesar de todo, me admiraba lo que cuentan los propios habitantes respecto a sus sentimientos por aquella parte de la historia. Al preguntar qué se enseña en las escuelas sobre la guerra, decían que poco más que algunas ideas dispersas sin incidir en las consecuencias de la intervención estadounidense. Hay una ausencia  de rencor que casi parece ensayada, aunque era bastante frecuente encontrar la misma idea. Dicen los vietnamitas que no aborrecen a los yankis porque los soldados iban engañados por su gobierno y obligados a servir a su patria, a participar en una guerra que ellos no pidieron. Dicen que han decidido mirar hacia delante y dejar el odio en el pasado, porque sólo de esta manera pueden avanzar. Dicen que las heridas cicatrizan mejor cuando no se están rascando continuamente y que aquello que pasó no les ha dejado más huella que un acontecimientos de tantos que hay en la historia. 
Y yo, viendo las imágenes en el museo, las que guardamos en la memoria colectiva y las que no han dejado de hacerse presentes a través de la pantalla, no podía dejar de preguntarme qué hay detrás de ello. Si esa ausencia de odio es también un requisito indispensable para no rebelarse contra la corrupción que les atenaza en la actualidad. Si mantener intacto su talante amable no es compatible con un perdido espíritu indomable.


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