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15/1/11

Cosas que pasan-1

Transporte público. Pakistán

Cuando viajas por el mundo no occidental, ése tan distinto a nosotros, pueden ocurrir decenas de situaciones dignas de ser contadas. Algunas serán anecdóticas, como el sentirte atrapada por la seguridad extrema en un aeropuerto iraní en el que, tras unas cortinas y delante de unas mujeres tapadas hasta las cejas, debes ponerte desodorante para demostrar que no eres una terrorista. Otras, más graves, en las que te enfrentas a la decisión de aguantar en una barca que puede volcar en cualquier momento sobre un río turbulento y bajo una tormenta terrible, en lugar de tirarte al agua y nadar hasta la orilla, compitiendo con los cocodrilos que has visto lanzarse en paralelo. Las hay trascendentales, como la que me ocurrió en Papúa, en el centro de una guerra tribal, mientras observaba a decenas de hombres armados con machetes que, sin embargo, me hacían saber que no tenía de qué preocuparme, puesto que yo no había ofendido a nadie y, por tanto, estaba a salvo.
Contado así, parece que salir de casa te aboca a terribles peligros y a circunstancias que nadie, en su sano juicio, querría vivir. Nada más lejos, nada menos cierto. Las situaciones accidentales, más o menos peligrosas, suceden en cualquier lugar sin necesidad de recorrer miles de kilómetros. Es cierto que hay contextos en los que la probabilidad de sufrir una tesitura problemática aumenta sustancialmente, aunque no por ello deja de resultar excitante y atrayente estar allí. No se trata de ser temeraria, sino de vivir la diferencia con respecto a la rutina.
En Pakistán me ocurrieron algunas circunstancias "peculiares". Es un país difícil para los occidentales y en especial para las mujeres. En un mercado de Rawalpindi me pegaron una patada y en un puesto de bebidas el comerciante se negaba a recibir el dinero de mis manos, por ser mujer. Sin entrar a valorar el daño que las religiones han hecho a la humanidad en general, y sin calibrar el nivel de estupidez que los fanatismos han depositado en las mentes incultas y acríticas, también debo decir que en otros lugares del mismo país me trataron con respeto, amabilidad y simpatía.

Camino a Islamabad. Pakistán

Una tarde, en ruta hacia la capital de Pakistán, sufrimos un pseudo-secuestro. La carretera era estrecha y sin asfaltar. A nuestra izquierda, la montaña altísima; a la derecha, muchos metros abajo, el río. Apenas había espacio para dos vehículos, aunque el nuestro era un pequeño microbús de 10 plazas. Nos seguían dos coches desde que atravesamos una población una media hora antes. No le dimos importancia, aunque el conductor estaba ligeramente incómodo. Nuestro grupo de viaje se había dividido en dos porque tuvimos problemas técnicos con el transporte y no nos quedó más remedio que alquilar los dos pequeños microbuses, que se seguían el uno al otro. De repente, uno de los coches perseguidores nos adelantó en una maniobra arriesgada, dadas las condiciones del camino, y frenó bruscamente unos metros más adelante, mientras que el otro se quedaba en la retaguardia, como vigilando. Del coche salieron tres individuos que gritaban y gesticulaban, dirigiéndose a nuestros conductores. El guía salió para intentar hablar con ellos. A los tres individuos se les unieron otros dos del coche que había quedado detrás. Todos parecían muy alterados y nuestros conductores estaban manifiestamente asustados. Dentro de los vehículos, sin entender qué ocurría, con la noche a punto de caer y el paisaje desolador que nos rodeaba, todos guardábamos un silencio incómodo. No nos atrevíamos a hacer nada, puesto que la situación era incomprensible y muy tensa. Pasó un buen rato de la misma manera, el guía empujaba a los conductores hacia el interior de los vehículos, pidiéndoles que los pusieran en marcha para seguir viaje. Éstos no se atrevían porque aquellos les increpaban de manera impetuosa y vehemente. Por fin, pudieron traducir lo que les pedían: dinero; dinero por atravesar su pueblo. Querían que pagáramos una especie de impuesto revolucionario por cruzar sus tierras y no haber alquilado sus vehículos, cosa absurda puesto que para ello hubiéramos tenido que llegar a pie desde cientos de kilómetros atrás. Cuando supe que el problema era de dinero, me tranquilicé. Si hubiera sido una cuestión religiosa o ideológica, la solución probablemente habría tardado más en llegar. Al final, conseguimos que los conductores pusieran de nuevo en marcha nuestros coches, los fracasados extorsionadores apartaron el suyo de la carretera y salimos de allí, ya noche cerrada.
No había terminado la aventura, sin embargo. El tiempo que estuvimos parados nos había retrasado mucho y, dado que era bastante tarde y estábamos hambrientos, paramos en un poblado de paso para descansar y comer algo. El pueblo era muy pequeño, apenas tres o cuatro calles rodeando la carretera, muy poca luz y un par de sitios donde encargar comida. Todo el grupo se acopló en lo que parecía un restaurante. Mi acompañante y yo, por el contrario, salimos a dar un paseo. El camino estaba oscuro. De repente, de una esquina salieron unos niños, alguno adolescente ya, y nos persiguieron para divertirse con nosotros. Más bien conmigo, porque uno tras otro corrieron hacia mí y me palmearon el culo con las manos abiertas. Dado que por allí no pasan habitualmente occidentales, ya que es un lugar más bien perdido entre las montañas,
supongo que en su reprimido y represor mundo tocarle el culo a una extranjera debía ser el colmo del atrevimiento y casi un ritual de paso entre los chavales de la localidad. Mi enfado se hizo muy evidente, pero la prudencia se impuso: solos, nadie sabía dónde estábamos, a oscuras, dos contra muchos..., mejor lo dejamos pasar. Dimos la vuelta para regresar a la zona donde estaban los coches y los puestos de comida cuando, para mi sorpresa, unos señores llegaron hasta nosotros, me dijeron algo que no entendí, por supuesto, pero su expresión denotaba vergüenza. Hicieron venir a los muchachos, les dieron un cachete a cada uno y les pusieron delante de mí para, según pude entender, pedirme perdón.

No debe resultar tan sorprendente, como podría parecer, el hecho de que aquellos hombres actuaran así conmigo en un país donde la mujer es un ser secundario. Para los musulmanes que no están pervertidos por el fanatismo, la hospitalidad y el respeto son sagrados. Yo era una huesped por el hecho de estar en su pueblo; por ello, debía ser respetada y tratada con la mayor de las atenciones. Lo contrario se consideraría contrario a sus propios principios.
Volvimos al lugar donde se habían quedado nuestros compañeros, dispuestos por fin a comer algo. El restaurante donde estaban ellos no nos interesaba, preferíamos algo más local, más auténtico, más cercano. La única alternativa era una especie de taberna donde servían comidas. A la puerta, camastros en los que los hombres se echan para descansar, fumar o charlar con otros hombres; en el interior, mesas y sillas desparejadas, vasos y platos con solera, humo, calor y olor a cordero y especias. Mujeres, solo yo. Pensamos que tal vez no quisieran servirnos, pero, nuevamente, la belleza de las circunstancias se impuso y renació lo que yo encuentro en mis viajes y quisiera ser capaz de transmitir, aunque lamentablemente me siento impotente: la gente maravillosa que hay en todas partes, bajo todas las condiciones, en cualquier momento y lugar. El tabernero salió sonriente y restregándose las manos en un trapo que seguramente conoció tiempos mejores. Hizo levantar a unos jóvenes de una mesa y nos acomodó en ella. Limpió la superficie con el mismo trapo de las manos y por gestos nos preguntó qué queríamos beber. Como el alcohol es impensable, la coca-cola es imperialista y la meca-cola no había llegado hasta allí, un zumo de frutas era lo más indicado. ¿Y de comer?, preguntamos, señalando nuestros estómagos con gestos evidentes de viajeros hambrientos. Y por gestos una vez más, lenguaje universal junto con la sonrisa, encargamos arroz, cordero y verduras, señalando los platos de otros comensales, en medio del regocijo que se iba generalizando. En cuestión de minutos, nuestra mesa se había llenado de platos humeantes, sabrosísimos, de comida que tenía que ser cogida con los dedos tal como nos enseñaron. Mientras tanto, algunos "políglotas" del local se aproximaron con intención de intercambiar impresiones: hello, you, country, me, hello, y las sonrisas, que se convertían en risas cuando intentábamos desentrañar las misteriosas y escasas frases en inglés que nos decía el que parecía el más culto del pueblo. Debía serlo, porque todos le pedían que nos dijera cosas: you where you? Spain. Spain? Yes, look: y trazábamos sobre la mesa de madera un improvisado mapa del mundo para indicar la distancia entre nuestro mundo y el suyo. Exclamaciones de asombro al comprender cuán lejos vivíamos. ¿Y qué hacéis aquí?, entendimos. Cómo explicarles, sin un idioma común, que estar allí era vivir y aprender.

Fabricación del pan. Pakistán

Estuvimos mucho tiempo con ellos, comiendo cordero especiado y contestando a las preguntas que nos hacían. Al principio, solo dos o tres personas, aparte del tabernero, se nos habían acercado. Un rato después, casi todos los presentes estaban rodeando nuestra mesa, sometiéndonos al simpático y esperpéntico interrogatorio sobre nuestra forma de vida. Señalaban nuestras cosas, con mucho respeto, por supuesto, y se preguntaban por la utilidad, el precio, la conveniencia. Hubo muchas risas aquella noche, muchas palabras desconocidas que pudimos compartir. Hubo una reconciliación, aunque ellos no lo sabían, con los pobres que nos habían asustado por la tarde porque la miseria les vuelve locos; con los fanáticos que aterrorizan a sus propios compatriotas y les impiden el desarrollo en libertad; con los hombres que no saben serlo sin someter a una mujer; con las mujeres veladas, escondidas, ignoradas. Esa noche, en algún lugar de las montañas pakistaníes, unos hombres amables me hicieron revivir, una vez más, la riqueza de las cosas que pasan cuando sales de viaje.

En el restaurante. Pakistán

1 comentario:

Sergio DS dijo...

Sencillamente INCREIBLE. Suerte en ese viaje INTERIOR y por el mundo.
Feliz fiesta de reencuentro.
Suerte!!!!!!!!!!!!!