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19/12/10

Si pudiera rezar



Aquella noche nos quedamos solas, todos se habían marchado a dormir. Al día siguiente iniciábamos el regreso después de recorrer durante semanas una parte del sudeste asiático. Estábamos tan lejos de casa, tan felices, tan cansadas. Teníamos millones de confidencias todavía por contar, no habían bastado las noches en vela junto al ron y los paseos interminables entre foto y foto. Quedaban sueños por soñar y palabras por arrancar, qué difícil se hace a veces decirlo todo. Las dos hemos sentido el placer de poder deshacer nuestros nudos gordianos con alguien capaz de entender el dolor y nos hemos regalado la posibilidad de llorar frente a heridas que nunca cicatrizarán. En medio de maletas vagabundas hemos reído pensando en cómo contar aquello que nos ocurrió en el mercado, en la callejuela, frente al río, junto al burdel. La de veces que habremos imaginado la forma de expresar nuestra incertidumbre en la aduana de Hong Kong, con mi equipaje de mano cual cuerpo de autopsia, destripado y a la vista de ojos inquisidores y tú ofreciéndote a testificar en mi favor.
Recuerdo tus ojos achinados mirándome al bajar del globo, ya sabes, un rato después de habernos estrellado contra la montaña, tan arriba que la muerte era segura, incrédula todavía porque yo, que no quería subir y que era un riesgo potencial, le había salvado la vida a la más trémula de las pasajeras. Y aquella noche en la que los daikiris se acabaron, no había bastante ron que acompañara tanta risa, en un pueblo perdido del sur de China, o aquella otra en que la casa de madera colgada entre colinas escuchó nuestras canciones.
Los mercados de países lejanos, ésos que nos hacen sentir vivas, han acogido nuestro caminar lento. Hemos pisado rincones polvorientos, terrosos, marmóreos, infinitos. Hemos vibrado al entrar en lugares que solo la imaginación es capaz de diseñar, temblando de emoción al enfrentarnos al árbol que se come la piedra. Cuánto tiempo es mucho tiempo. No hay mensaje capaz de transmitir las vidas compartidas, minutos o años. A veces, una eternidad se vive en un instante. A veces, un instante puede ser eterno.
Decías que habías sido acogida, adoptada, rescatada, no recuerdo el término preciso. Siempre es camino de doble dirección: yo te adopto, tú me adoptas. La voluntad es recíproca, la soledad también; la compañía, ni te cuento. Ni tú ni nadie, recuerdas, nuestra canción, la que nos define, la que nos manifiesta, la que nos deja en evidencia frente a un mundo incapaz de aceptar la independencia. Tan diferentes y, sin embargo, tan próximas. Tengo mis dudas de si esperabas algo más de mí, algo que no estoy en condiciones de dar, mis limitaciones son evidentes y mi incapacidad para ser perfecta es mucho más que notoria. Pero, con todo, lo he intentado.
Ahora, cada vez que tu teléfono me indica que no estás disponible, cada vez que mis mensajes no tienen retorno y que sé en qué lado oscuro te estás moviendo, miro esta foto e intento recordar qué hacíamos ese día. Los detalles no son significativos, aunque está presente como si acabara de pasar. La noche anterior grité para que te dejaran en paz. En ese momento la paz era con nosotras, como si nos despidiera a gritos en el silencio de la noche. Cuerpos cansados de calor y caminos; mentes ebrias de intensas emociones; un regreso inevitable, por mucho que esperado.
Regresa, por favor. Es difícil imaginar el mundo sin ti. Si te volviera a ver, te abrazaría con tanta fuerza, con tanto miedo, para atraparte definitivamente. Regresa. Me haces falta. Me duele no tenerte deshaciendo la maleta a mi lado, muertas de risa porque el baño es un cubículo al que hay que entrar de cara y salir de culo, porque comeremos algo impronunciable que preferimos no saber qué es y que nos pasaremos con los palillos fermentados en agua caliente. Me hace mucho daño no escuchar una vez más tu voz diciendo eso de venga, preciosa, vamos a cantar, que esta gente no sabe lo que le espera.
Regresa, por favor. Cuando estás, te comes el mundo y nos das lecciones de energía. Por qué vives tan lejos, que no puedo ir a gritarte, a colgarme de tu timbre. Cuando estás, el mundo sonríe, la luz es más fresca, los viajes parecen de verdad. Regresa, por favor.
Mañana volveré a llamar, como hoy, como tantas veces. El teléfono me dirá que sigues hundida en un abismo, que no puedes respirar y que tampoco eres capaz de pedir. Regresa, por favor.

Siento que te estoy perdiendo, dice la canción de Aute, y yo la lloro cada vez que pienso en ti.

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