Ya sabes cuál es el tópico sobre la India: o te enamora o te horroriza. A mí me enamoró en el primer momento y me quedé atrapada por su fascinación para siempre. Reconozco que no es un país fácil y que no siempre resulta accesible. Pero para mí es un lugar donde volver una y otra vez. En las calles de India me reconozco como parte de otro mundo distinto al de cada día. Calles, olores, formas y gentes me dan la bienvenida y me recuerdan que, cuando estoy allí, es porque lo necesito.Y en ello estoy.
Una de los hechos más representativos de India es la religión. Los templos indios reflejan el espíritu del país. Un inciso se hace imprescindible: la religión en India no es asunto baladí. El país cuenta con más de 1.100 millones de habitantes, de los cuales aproximadamente el 80% son hindúes. Aunque el hecho religioso en India es más complejo de lo que puede establecerse en un humilde retrato como éste, no me puedo sustraer al fenómeno que he vivido y del que he aprendido, afortunadamente, como tantas otras veces. He visitado India en dos ocasiones y estoy preparando el tercer viaje para dentro de unos meses. En cada ocasión he sentido lo mismo: unas vivencias difíciles de calibrar y mucho más difíciles de convertir en palabras; y un conjunto de emociones imposibles de reinterpretar en términos occidentales. Es India: debes sumergirte en su mundo y dejarte llevar, sin preguntas, sin dudas, sin temores. El tópico en mi caso tiene una trascendencia: India me transfigura, me recuerda que allí puedo perderme, que es uno de mis dos lugares en el mundo, que, aun no sabiendo quién soy y a qué lugar pertenezco, India me acoge como si fuera una de los suyos.
Pero hablemos de religión. En India hay una amalgama de creencias, aparte del hinduismo: islam, jainismo, sijismo, budismo, cristianismo. El segundo país más poblado del mundo merece una consideración especial. Y, como siempre, entrar en terreno resbaladizo me vuelve indefensa frente a la magnitud del país y sus circunstancias. Lancémonos, no obstante, qué le voy a hacer si cuando inicié estas páginas ya me ofrecí en cuerpo y alma.
India en datos: segundo país más poblado del mundo, considerado subcontinente por su extensión e, incidentalmente, por su historia y su tradición comercial. Ruta de tránsito entre oriente y occidente, lugar de leyendas, de imágenes, de sueños, de aspiraciones y hasta de temores. India, lugar de referencia para los que, como yo, no sentimos precauciones a la hora de perdernos por un crematorio en las orillas del río más contaminado del mundo, o por las callejuelas sin fin pobladas de puestos de venta de millones de objetos inclasificables, o por los poblados polvorientos y sin embargo alegres, o al menos, donde me han hecho, una vez más, sonreir sin dudas.
Pero hablemos de religión. En India hay una amalgama de creencias, aparte del hinduismo: islam, jainismo, sijismo, budismo, cristianismo. El segundo país más poblado del mundo merece una consideración especial. Y, como siempre, entrar en terreno resbaladizo me vuelve indefensa frente a la magnitud del país y sus circunstancias. Lancémonos, no obstante, qué le voy a hacer si cuando inicié estas páginas ya me ofrecí en cuerpo y alma.
India en datos: segundo país más poblado del mundo, considerado subcontinente por su extensión e, incidentalmente, por su historia y su tradición comercial. Ruta de tránsito entre oriente y occidente, lugar de leyendas, de imágenes, de sueños, de aspiraciones y hasta de temores. India, lugar de referencia para los que, como yo, no sentimos precauciones a la hora de perdernos por un crematorio en las orillas del río más contaminado del mundo, o por las callejuelas sin fin pobladas de puestos de venta de millones de objetos inclasificables, o por los poblados polvorientos y sin embargo alegres, o al menos, donde me han hecho, una vez más, sonreir sin dudas.
India y el hinduismo. Me apasiona la religión hinduista, que es por encima de todo una forma de vida. Los templos hindues son reflejo del espíritu de los indios: abigarrados, simbólicos, surrealistas. Llenos de una vida que se ofrece ajena a las preguntas que los profanos no dejamos de hacernos y que, no obstante, se quedarán sin respuesta a menos que renazcamos, como ellos, siendo quienes son y aceptando la rueda de acontecimientos en espera del nirvana.
La religión hindú es tríptica: Brahma, el creador; Shiva, el destructor; Visnu, el conservador. Curiosa coincidencia con la trinidad cristiana, curioso cómo la tradición europea reproduce la trinidad en forma distinta y transfigurada cientos de siglos después. Los templos hindúes son monumentos repletos de joyas arquitectónicas, pero también, y especialmente, lugares de vivencias en los que bulle el quehacer indio en todo su esplendor: una mescolanza de personas, animales y ofrendas anhelantes, expectantes, ansiosas. Contradictorios y complejos más allá de los rituales: Shiva, el dios preferido, el destructor-creador-danzante-padre de Ganesha. Visnú, conocido en sus avatares de Rama y Khrisna. Bhrama, tal vez el dios que origina la triada y, con ella, la existencia de todo cuanto hay. Cada uno de los dioses del panteón puede multiplicarse en función de las circunstancias vitales y experienciales, porque su forma no es única, sino reconvertida hasta la imposibilidad de comprensión.
El hinduismo es una tradición religiosa politeista de la India y una filosofía de vida. En sánscrito se conoce como Sanatana Dharma ('religión eterna') o vaidika dharma ('deber védico'). El sánscrito es un idioma de la familia indoeuropea, una lengua clásica de la India y un lenguaje litúrgico del hinduismo, el budismo y el jainismo. Es uno de los 22 idiomas oficiales de India. Su posición en la cultura de la India y del sudeste asiático es similar a la que representaron el latín y el griego en Europa. Uno de los símbolos más importantes es la sílaba OM, que representa lo divino, Brahman, o deidad absoluta, y el universo entero. También, la esvástica, cruz cuyos brazos están doblados en ángulo recto, ya sea hacia la derecha o bien hacia la izquierda. El término proviene del sánscrito swastika, que significa "buena suerte" (literalmente "forma bendita"). ¿Lo sabrían quienes se apropiaron de ella y la expandieron con ánimo de convertirla en aglutinadora de ideas, en representante de asesinos?
En los templos hindúes predominan unos olores muy concretos: el dulzón y arrogante de las especias; el rancio de la mantequilla derretida una y mil veces sobre las figuras sagradas; el acre y oscuro de los murciélagos que se sobrepone a cualquier otro y que a mí me repele especialmente. En el sur, todos los templos se caracterizan por unos elementos que se repiten sin concesiones: el "gopuram" o cúpula escalonada, erguida en la entrada como dando la bienvenida a los visitantes, coloreada hasta el aburrimiento; y el "mandapam", pórtico con columnas que rodea todo el perímetro interior. Cada columna está tallada con una profusión de detalles digna de ser contemplada sin tiempo determinado, sin prisas, con ojos merecedores y mentes preparadas o, al menos, humildes.
Si visitas un templo hindú, y yo he estado en muchos de ellos, no dejas de asombrarte por lo sorprendente de su riqueza humana: gentes, animales, ofrendas, súplicas... Pero todo ello muy lejos de la sumisión enfermiza de las religiones europeas, con sus golpes de pecho y sus hipocresías escondidas en lo más profundo. Los hindúes son obvios: si tengo que pedir, pido; si tengo que llorar, lloro; si tengo que sentirme avergonzado, no me da vergüenza hacerlo público. Creen en la reencarnación, en el ciclo de sucesivas vidas que se prosiguen sin posibilidad de evitación, hasta que ocurra la liberación última, la liberación del dolor y de la encarnación en cuerpos físicos, hasta que ocurra el nirvana. Sus creencias les hacen resignados, sometidos a cuanto les pueda ocurrir, tolerantes también, puesto que el enfrentamiento con los aconteceres no les encamina sino a una vida posterior peor que la presente. El karma, la aceptación causal de las relaciones del pasado y sus vínculos futuros, la convicción de que lo experimentado en tiempos remotos puede ser determinante para el porvenir, convierte a los hindúes en viajeros de una existencia sin transición, en eterna espera, en frontera permanente, sin destino definitivo.
El hinduismo no puede resumirse en pocas líneas, y menos en una crónica modesta como la presente. Será preciso, pues, volver una vez y otra más, como si de un ciclo kármico se tratara, a recrearme en las vivencias que India me regala. El aquí y el ahora no tienen sentido más que en previsión de posteriores registros.
1 comentario:
Me ha encantado el post. Llevo pensando mucho tiempo si estoy preparada o no para viajar a la India. Un artículo como el tuyo me anima, sin duda.
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