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11/2/11

Ruta de la seda-1- Monasterio de Labrang

Mapa de la ruta de la seda

La ruta de la seda es una expresión que nos hace pensar en viajes míticos, en caminos aptos casi exclusivamente para animales de carga que transportaban los productos codiciados en occidente; es un transitar por pueblos orgullosos, celosos guardianes de sus tradiciones; un camino duro por la altitud que se alcanza en ciertos tramos y por la hostilidad del paisaje, desierto y yermo en gran parte. Durante siglos el comercio entre oriente y occidente se articuló a través de miles de kilómetros que los comerciantes  o sus enviados recorrían para conseguir las preciadas mercancías: seda, principalmente, aunque también oro, piedras preciosas, marfil, especias...
Una de las zonas que recorre la ruta atraviesa la provincia china de Gansú. En ella se encuentra uno de los principales monasterios budistas del mundo, Labrang, en el municipio de Xiahe. Labrang es un monasterio de Geluk o budismo tibetano, cuya característica más evidente es el gorro amarillo de sus monjes. 

 
Monjes Geluk a la salida de la oración

La población donde se situa el monasterio es Xiahe, un pueblo de mayoría tibetana a 3.000 metros de altitud, lo cual se hace notar especialmente en la respiración y en el aire frío. A pesar de la mayoría étnica de los tibetanos, más del 70% de los habitantes, en Xiahe se mezclan también grupos han, la etnia predominante en China, y un notable grupo de musulmanes hui. Como suele ser habitual, cada comunidad se establece en sectores diferentes de la ciudad, mantiene sus formas propias de hábitos y prácticas sociales y guarda un cortés equilibrio de convivencia con los otros.


 Vista del conjunto del monasterio de Labrang

Xiahe es un lugar marcado por la presencia del monasterio, uno de los más importantes del budismo tibetano o lamaísta. En la actualidad hay aproximadamente 500 monjes de diversas edades, aunque en décadas anteriores llegó a contar con casi 3.000 religiosos. En los alrededores de la población se encuentra la colina donde se despliega el "tangka" o bandera budista cuyas ilustraciones, profusamente coloreadas, representan escenas de la vida del buda y sirven de ejemplo y enseñanza para los fieles. El tangka es un tapiz de gran tamaño que se transporta enrollado y que se dejará caer por la ladera de la colina durante la celebración del año nuevo tibetano. Aunque no coincidí con dicha celebración, tuve la oportunidad (y la suerte) de asistir al despliegue de un tangka menor con ocasión de una fiesta local: la reunión de las distintas etnias tibetanas de las montañas próximas a Xiahe.

 Despliegue del tangka

La vida en esta pequeña ciudad china gira en torno a la espiritualidad que emana del monasterio. Es frecuente ver decenas de peregrinos que llegarán, algunos de ellos postrados desde kilómetros atrás, para hacer girar los molinos de oración, más de mil en todo el recinto. Según la tradición budista, al hacer girar el molino en el sentido adecuado, la plegaria en él grabada se eleva hacia el cielo: om mani padme hum. Las banderas tibetanas, coloridas y leves, también cumplen la misma función de hacer llegar a los cielos las plegarias transportadas por el viento que las mece y purificar las tierras por donde se extiende su influjo.

 Sonrisa tibetana

Junto al circuito de los molinos de oración se eleva una estupa, meta de cuantos penitentes llegan a Xiahe. Una estupa es un monumento para contener reliquias, por lo que se convierte en una referencia ineludible para los creyentes. La estupa está ubicada de manera que entra a formar parte del tránsito ritual que circula, en la dirección de las agujas del reloj, alrededor de todo el recinto sagrado y que es recorrido, una y otra vez, por las decenas de personas llegadas de las montañas cercanas.

 Estupa sagrada

La sacralidad y la emoción por participar en los ritos budistas es muy evidente en los rostros de los creyentes. Algunas de las personas que recorrían el perímetro completo lo hacían lanzándose al suelo en plancha hasta tocarlo con el cuerpo entero, incluido el roce de la frente contra la tierra. Se levantaban y nuevamente volvían a dejarse caer con una manifiesta expresión de trance místico. Muchos de ellos llevaban molinillos de oración en las manos, que hacían girar con una dedicación próxima a la obsesión y más allá de la pasión.

Mujer rezando

La vida de los monjes budistas obedece a estrictas reglas y a ordenanzas seguidas desde tiempos muy remotos. Labrang es un monasterio al que acuden muchos jóvenes, algunos muy niños aún, para ser educados y, cómo no, para descargar de alguna boca que alimentar a las familias que sobreviven a costa de titánicos esfuerzos en un entorno muy hostil. Durante los días que pasé allí pude ser testigo de ciertos actos que desde la perspectiva de una profana resultan curiosos,  como el servicio de comidas; interesantes, como la obstinación de los fieles por que un monje les escribiera oraciones a cambio de dinero; y, en ocasiones, hasta hipnóticos, al escuchar los cánticos y salmodias a ciertas horas del día. 
Al ser días festivos, en el monasterio se habían dado cita una gran cantidad de monjes llegados de otros recintos. Las jerarquías, omnipresentes en cualquier religión, establecían un riguroso orden de participación, así como de disposición en los asientos del templo. Los más jóvenes eran los encargados de servir a sus mayores. Junto a la sala de oración se situaba la cocina. Al asomarse a ella, naturalmente no podía entrar por si mi impureza femenina mancillaba el alimento, se podía ver, en medio de la penunbra y de paredes oscurecidas por el fuego, un conjunto de recipientes metálicos, enormes ollas donde se cocía arroz y jarras de agua. Los monjes niños en parejas cogían los recipientes rellenos a rebosar de arroz cocido y los transportaban hasta el templo, en el que los monjes ya consagrados se sentaban a dar cuenta de la pitanza.

 
Cocina y reparto de comida

Durante los días de la fiesta y la reunión de las etnias y de los monjes venidos de rincones lejanos, los fieles aprovechan para poner en orden sus asuntos espirituales. En algunos momentos se podía observar en el recinto del templo un tumulto que en principio no tenía explicación. Al acercarme, no obstante, distinguí grupos de mujeres y hombres, tanto ancianos como jóvenes, que se afanaban por depositar en las manos de algunos monjes tiras de papel que previamente habían comprado. En esos papeles pedían que se escribieran sus deseos, los anhelos más profundos y las peticiones más íntimas dirigidas a su dios, a la referencia divina que les resarcía de sus humildes y, en ocasiones, míseras vidas. Me conmovió, una vez más, la dedicada sumisión frente al poder de la religión: personas de ropas gastadas, de rostros arrugados, por la edad y el cansancio, de manos encallecidas a fuerza de arrastrar sus vidas y sus angustias, dejando algunas monedas que sin duda les harían falta para otros menesteres en las manos de monjes indiferentes que escribían con indolencia.

Monje escribano

Por las tardes, antes de que el frío de la noche me hiciera buscar refugio y comida, me agradaba pasear por el recinto del monasterio, tan silencioso y tranquilo. No había impedimentos para deambular por las dependencias, las callejas y los rincones. La única excepción era el tiempo del rezo en el interior del templo. El resto del día, Labrang se ofrecía sin pudor a mis miradas indiscretas, aunque respetuosas. En una pequeña plaza descubrí una situación muy peculiar: un grupo de monjes jóvenes parecían discutir entre ellos de forma airada, animada y entusiasta. De pronto, uno chasqueaba las manos y lanzaba lo que parecía amenaza de golpear a otro. Todos, entonces, reían y hacían burlas. A cierta distancia, suficiente para marcar diferencia, aunque propicia para escuchar, estaban unos monjes mayores, revestidos de seriedad. De vez en cuando, hablaban y todos los jóvenes caían en un trance de escucha profunda y concentrada. Me explicaron que se trataba de lecciones de filosofía budista. Un monje emite una pregunta, otro responde. Si la respuesta se considera correcta, es felicitado; de lo contrario, se le somete a chanzas inmisericordes que le avergonzarán durante el resto de la lección o hasta que consiga resarcirse con una respuesta óptima. Los maestros se encargaban de determinar el nivel de acierto, de profundidad de las contestaciones y de la intensidad de dedicación a los contenidos teóricos de los estudios.

Lección de filosofía

La ruta de la seda, los monasterios budistas y las vivencias correspondientes dan para mucho más. De momento, esta crónica se cierra con los recuerdos asociados a un viaje muy largo en días y mucho más extenso en experiencias.