Vistas de página en total

31/8/12

Vietnam, el país amable-1: aproximación.

Motocicletas y cableado eléctrico en Ciudad Ho Chi Min.

Cuando caminaba por las calles o los campos de Vietnam, una frase me rondaba con insistencia: qué amables son, qué carencia de rencor manifiestan. Así que al pensar en un título para la serie de escritos sobre mi viaje, no quedaba otra alternativa. Aun así, hubiera podido presentar también los relatos como "un país sobre dos ruedas", tanta es la cantidad de vehículos de estas características que circulan por doquier. Es también un país de agua, no sólo por la extensa costa de su parte este y sur, sino por la abundancia de lluvias que en época monzónica parecen más un castigo que una bendición para la agricultura. Y es, además, un país sorprendente por su rápido desarrollo y su increíble adaptación en poco tiempo a su propia independencia.
Vietnam carga con una historia plena de cultura y arte, pero también tan repleta de invasiones, colonizaciones y ataques que no puedo por menos de preguntarme cómo es posible que en la actualidad sonrían al decir que no odian a nadie. La única excepción que se permiten son los chinos que acaparan su territorio de pesca y les desposeen sutilmente de espacio en el mar, de donde procede gran parte de su riqueza. Lo que más me admiraba era la indiferencia que expresan por los norteamericanos, cuya intervención es de sobra conocida, al señalarles como víctimas de un engaño por el que se convirtieron en sus verdugos. Paradojas y más paradojas de un país en crecimiento, que va camino de convertirse en desarrollado en los próximos años, a pesar de la brutal corrupción que rige la política interna.
La población total es ligeramente superior a los 90 millones de habitantes y, si nos guiamos por las apariencias y las observaciones en directo, sólo algo menor sería el número de motocicletas y bicicletas que circulan por sus calles y carreteras, en una especie de danza de ritmo desconocido y en la más perfecta armonía que un caos premeditado pudiera sugerir. La gente se desplaza en motos y bicis, en las que transporta cualquier cosa existente en cualquier cantidad imaginable. Hay una serie de fotografías realizadas por autores de prestigio, o también viajeros anónimos, dedicadas en exclusiva a captar instantáneas de motos con cargas inverosímiles.

Una imagen habitual.


Captado desde el tren a la entrada en Hanoi.


Visto en paralelo desde un taxi, Hanoi.

La primera impresión que tengo de Vietnam, al llegar a Ciudad Ho Chi Min, es una imagen que parece sacada de dibujos animados. Miles de motocicletas se entrecruzan en las calles en lo que parece una coreografía perfectamente ensayada, aunque no es sino un cúmulo de casualidades el que no haya una catástrofe. Días después me explicarían que no todo el mundo tiene seguro de accidente por motivos económicos lo cual, unido a una extrema pericia, convierte las calles de las ciudades vietnamitas en campo de pruebas para auténticos campeones sobre dos ruedas. Por otra parte, resulta curioso que la ley obliga a llevar casco, algo lógico y recomendable, pero los cascos que utilizan parecen más bien adornos que protecciones. Además, no sólo acarrean todo tipo de elementos variopintos en las motocicletas, sino que es muy habitual ver esas frágiles máquinas cargadas con tres, cuatro y hasta cinco personas.


Expositores de cascos para la venta, Ciudad Ho Chi Min.

Vietnam se parece mucho a sus vecinos limítrofes. Las formas de vida se repiten, comparten rasgos comunes en casi todos los elementos de la cotidianeidad. La religión dominante es el budismo mahayana, aunque hay otras religiones minoritarias; la gastronomía es rica, variada y elaborada con productos frescos; los mercados, las calles y hasta la costumbre de sentarse en cuclillas para descansar ofrecen una imagen que podría corresponder tanto a este país como a Laos, Camboya o incluso China. Sin embargo, Vietnam tiene, como no podía ser de otra forma, sus peculiaridades. Una de ellas es el uso del sombrero cónico, nón lá, omnipresente y muy práctico para proteger del sol y de la lluvia. En gran parte de Asia el ideal de belleza se basa en la piel blanca, por lo que prevenir el bronceado es casi una obsesión. El vestido tradicional de las mujeres vietnamitas, ao dai, es también un rasgo identificativo, aunque ya no suele utilizarse más que como uniforme en algunos trabajos, sobre todo los vinculados al turismo.






Mujeres con sombrero cónico.

Vietnam es hoy en día un país en rápido crecimiento económico y, al mismo tiempo, un complejo conjunto de tradiciones y respeto a sus formas ancestrales de vida en armonía con la modernidad. El sistema político que rige está controlado por el partido comunista y dominado por corrupciones y contradicciones internas. En Vietnam hay un solo partido político que, no obstante, celebra periódicas elecciones en un remedo de democracia. El único resultado esperable es la alternancia en el poder de distintos miembros del partido. No es ninguna novedad la corrupción política, pero en Vietnam alcanza puntos difícilmente asumibles, especialmente en lo que refiere a cuestiones básicas como la vivienda o la sanidad.
La vivienda es tan cara que su precio podría equipararse al que se paga en grandes ciudades occidentales o incluso en Tokio. Las parejas, con o sin hijos, acostumbran a vivir en espacios muy reducidos y no es infrecuente compartir piso con otros miembros de la familia. Por otra parte, los bancos no conceden hipotecas para la compra de la casa, por lo que los vietnamitas piden prestado el dinero necesario a parientes y amigos, creando así una red de obligaciones que supera las estrictamente sociales y convivenciales. El sistema de alquileres no mejora la situación y no es raro encontrar familias enteras viviendo en una sola habitación.
El sueldo medio oscila entre los 200 y 400 dólares, dependiendo de la ocupación en concreto. Teniendo en cuenta que una motocicleta puede costar entre 1.000 y 2.000 dólares y que una vivienda de 28 metros cuadrados en el extrarradio de una gran ciudad puede pagarse por más de 20.000, no es difícil hacerse idea de las condiciones económicas en las que viven la mayoría de vietnamitas. Por cierto que la moneda propia es el VND (vietnam dong, cuya proporción es 1 euro 25.000 dongs), pero el dólar sigue siendo la referencia económica preferida y recurrente en los comercios y las transacciones.
La sanidad es precaria, "mala" como la definió un vietnamita que hablaba de ello, y cara. El seguro sanitario cubre un 80% de las prestaciones, mientras que el resto debe pagarlo cada usuario. Pero se puede llegar a pagar el total de la atención médica si no se sigue el protocolo establecido para recibir la asistencia. Ese protocolo implica pasar por el médico de barrio, el de zona, el de circunscripción, antes de recibir tratamiento especializado u hospitalario. En caso de saltarse alguno de estos pasos, el paciente paga en su totalidad la factura médica. En las zonas rurales la gente suele acudir a curanderos y utilizar remedios naturales como alternativa a la sanidad oficial.
A pesar de lo dicho, Vietnam es un país dinámico y acogedor, amable como dije al principio. Quisiera poder reflejar las experiencias del viaje en éste y otros artículos que irán apareciendo.

Mujer en un mercado.


2/8/12

En camino, de nuevo

La maleta está destripada en el suelo, abierta en canal. Muestra su interior ordenado en paquetes perfectamente distribuidos, ese interior muerto de risa al pensar en el caos que se instalará dentro de sí en los próximos días. Está a punto de empezar un nuevo viaje. Desorden de ideas y desgana que toma posesión de mi mente cada vez que voy a marchar, sin que el futuro deseo de quedarme allí, en el país elegido, pueda vencer la nostalgia del presente. Sin embargo,  me reconozco en estos instantes previos y me comparo con lo que acontecerá dentro de 24 horas: ahora la tensión por los vuelos, las muchas horas a bordo de un avión repleto de gentes diversas, la noche inquieta sin poder dormir, paseando por la cabina en vano intento de acallar la tensión y la desquiciante sensación de querer dormir sin poder hacerlo. Trámites de inmigración, maletas que se pierden y se recuperan... 
Todo eso no esconde la emoción de pisar tierras nuevas, la sensación dominante de saberme parte de otros mundos, acompañada por experiencias que me van a enriquecer, por fragmentos de las vidas de otros que me acogerán con amabilidad. Cargaré con una cámara siempre preparada para dejar constancia de lo que me ocurra, de lo que perciba, de todo lo que convierte mi vida durante el tiempo del viaje en mejor y más intensa. Y después, ya en casa, me alimentaré de los recuerdos almacenados tanto en mi memoria como en las fotografías, procurando dejar sentida constancia en forma de textos. Cuando viajo, no deseo regresar. Al volver, sin embargo, me reconozco como parte de mi mundo en el que debo estar para poder hablar de lo vivido. Una de tantas paradojas que me construyen es la que tiene que ver con querer y no querer estar. Pero siento que si vuelvo es para hablar de ello, para mostrarlo a los que no tiene la posibilidad de vivirlo en directo. Y entonces agradezco el privilegio de haber estado, de haber regresado y de poder contarlo.

En Etiopía