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29/8/11

India: la vida a la vista-1. Reconocerse.

Una tienda en Pushkar, Rajastán.

Las mismas sensaciones, no por conocidas menos valoradas, se abren paso a empujones en cuanto el calor de Delhi se manifiesta. Es un calor que convierte el cuerpo en una marioneta de sí mismo y al que cuesta adaptarse, por mucha agua que beba y por mucha protección externa que use. Del suelo sube una sensación como la del infierno en pugna por salir a la superficie. Sin tregua va debilitando las fuerzas y te rinde apenas comenzada la batalla. Los ojos parecen bailar en un caldo caliente, como de sopa invernal. El sudor resbala, se desliza, cae en cascadas, encharcando a su paso tanto la piel como el alma, si la hubiera.
Pero India se reserva el zarpazo final. Cuando sientes que no vale la pena pasar por ello, cuando calibras la posibilidad de aguardar un rato a que descienda la temperatura, en loca ignorancia de lo que te espera, entonces ocurre la magia y ya solo quieres vivirla.
Las calles bullen de gente y de tráfico. En un rincón, un niño, una familia, un vendedor ambulante. Sonrisas y colores que te dan la bienvenida, intercambio de fotografías y risas, sin idioma que interfiera el momento. Miras a tu alrededor, oliendo el aire rancio, contaminado, sintiendo que una ligera brisa te da el descanso que necesitabas. Es en ese momento, pocas horas después de aterrizar, cuando reconozco que estoy irremediablemente enamorada y que me están abriendo los brazos para correr a refugiarme en ellos, sin prisa por volver y sin deseos de sentir más que el deleite, la pasión y el juego. Como si del amante se tratara, India se manifiesta desnuda y pícara, a la espera de ser de nuevo recorrida por mis ojos y mis manos, en el vano intento, por tercera vez, de serme ofrecida para nuestra consumación. Si pudiera, o supiera, cómo hacerte mía, tal vez no quisiera volver. Así que esperaré de nuevo a marchar casi virgen de conocimientos y enormemente plena de viviencias, con el agradecimiento en el corazón y el brillo del recuerdo en los ojos. Como al regresar del encuentro con el amante que ha sabido leerme y darme plenitud.

 Una calle de Delhi

Cuando pensaba en un título que recogiera el conjunto de artículos que estoy preparando sobre la India, me vino a la mente una escena de las muchas que había visto a lo largo de los días. La gente vive en la calle. Todo ocurre a la vista de quien quiera mirar: transacciones comerciales, comida, incluso necesidades fisiológicas se muestran sin pudor. Tal vez porque muchas de las personas no tienen lugar más privado donde recogerse. Por las noches las calles están repletas de individuos que, bien solos o agrupados por familias, se preparan para dormir en el suelo. Algunos tienen la fortuna de poseer unas telas o unos plásticos con los que cubrirse. Otros no. Así, las aceras suelen ser un muestrario de personajes en distintas poses de sueño. Por las mañanas los veré lavarse, vestirse y prepararse algo de comer igual que horas antes los había visto dormir. 
En consecuencia, pensé que un título que recogiera la esencia de lo que estaba viviendo debería reflejar esa vida al aire libre, la vida a la vista, pues. Y así queda.
Mujer en Amritsar, Punjab.