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29/9/12

Vietnam, el país amable-4: mercados.

Mercado de Muong Kuong.


En todos los viajes que he tenido la suerte de hacer siempre me he sentido fascinada y entusiasmada por los mercados. Es allí, más que en cualquier otro lugar del país, donde se puede saborear de verdad la vida de sus habitantes. Un mercado es el punto de reunión de mercancías, comidas, utensilios y transacciones necesarias o interesadas para el desarrollo cotidiano de las vidas. Pasear por los mercados es tocar un poco más de cerca las vivencias de los habitantes del lugar, es ser un poco menos extranjero con cada paso que se da entre cajas, animales vivos o despiezados, objetos conocidos o no, olores, colores y formas. Los mercados me absorben con su magia hecha de productos y variadas provisiones para la vida. 

Vietnam es un paraíso del mercadeo. Todo se compra y se vende en calles, rincones y barcas sobre el río. Aquí también, como en otros lugares de Asia, se muestra el pescado vivo, las ranas, tortugas y serpientes, así como otros animales de tamaño asequible, gallinas, perros o gansos. Las grandes piezas, cerdos, bueyes, quedan expuestos, impúdicamente desmembrados, sobre expositores de madera antigua, atravesada por miles de tajos e impregnada de incontables trazos de sangres. A bordo de inestables motocicletas se cargan los fardos de mercancías para su traslado al mercado. En equilibrios imposibles se amontona todo tipo de objetos para su traslado hacia el puesto de venta. 



Transportes habituales.




Algunos animales vivos en el mercado.

En los mercados vietnamitas también hay puestos de comida donde degustar las especialidades locales, dos de las cuales son el phong y la omnipresente salsa de pescado. El phong es una sopa en la que se mezclan fideos, algo de carne o pescado y verduras, servido todo junto en un bol. Es tan popular en el país que incluso se hacen juegos de palabras con ella: el IPhong, en alusión al modelo de teléfono de la casa Apple, es uno de los más frecuentes. La salsa de pescado se usa como aderezo para las sopas y otros platos. Según su elaboración puede ser más o menos fuerte, aunque siempre es muy salada. La base de la salsa, como se puede suponer, es el pescado que ha sido previamente fermentado, lo cual le confiere un sabor ciertamente lejano al paladar occidental. Sin embargo, una pequeña cantidad mezclada con la comida le da un toque peculiar no desagradable. Los vietnamitas también usan con abundancia las salsas picantes para acompañar los platos. Otras variedades muy sabrosas de comida vietnamita son los rollitos, bien fritos o crudos, y los "noodles" y el arroz como eterno acompañante de toda mesa. Por otra parte, la enorme variedad de frutas que se cultivan allí hace que en los mercados se pueda apreciar una cantidad de colores y formas no sólo desconocidas para nosotros, sino tan llamativas como deliciosas.




Puestos de frutas y verduras.

A lo largo del viaje por Vietnam, aunque todos los mercados me maravillaron igualmente, dos de ellos llamaron especialmente mi atención: el mercado flotante de Cai Rang y el del pueblo Muong Khuong en las montañas del norte cerca de Sa Pa.
En la ciudad de Can Tho en pleno delta del Mekong se extiende sobre el río el mercado  flotante. Al amanecer las aguas oscuras se llenan de barcas cargadas de mercancías, mayoritariamente frutas y verduras que los agricultores locales llevan a diario para la venta. Vendedores y compradores se entremezclan cruzando sus embarcaciones para efectuar las transacciones. La maraña de barcas es grande, aunque todo parece fluir con un orden preestablecido, sin choques ni violencias, sin gritos ni estridencias. La luz del día se va imponiendo y el calor comienza a hacerse sentir. Las imágenes y los sonidos sobre el suave balanceo de los botes dan al conjunto una impresión casi onírica. En algunas de las barcas se vende también comida caliente que se prepara en el mismo momento, sacando de enormes ollas los caldos que completarán un buen tazón de pho o las verduras que se dejarán caer sobre un gran plato de tallarines. Disfruté la sensación amable de moverse como a cámara lenta en medio de aquella disposición inestable sobre el agua. No tenía bastantes ojos para abarcar tanto color y tantas formas distintas. De cada rincón surgía una imagen, una experiencia para conservar. Todas las barcas se mueven  por lo que parecen tramos prefijados, así que al desplazarnos en nuestra embarcación pudimos ser testigos de múltiples escenas a cual más interesante, a cual más fascinadora.










Escenas en el mercado flotante de Cai Rang.

Muong Khuong es una población del distrito de Lao Cai próxima a la frontera con China. Aunque está a una distancia relativamente corta de la turística Sa Pa, si no contamos con las revueltas de la estrecha carretera de montaña que hay que atravesar para llegar, es un lugar tranquilo y carente de turistas. Eso hace que sea un placer mayor disfrutar de sus calles y de su intenso mercado que se celebra cada domingo y donde se dan cita las distintas etnias de la zona. Las mujeres suelen vestir sus ropas tradicionales, coloridas y cargadas de adornos. Los hombres, por el contrario, visten de negro o con ropas occidentales. Ello da una vistosidad mayor al conjunto de los puestos, cargados de cualquier cosa que pueda ser comprada y vendida. 





Habitantes de Muong Khuong en día de mercado.

El mercado estaba repleto, abarrotado más bien. Había llovido y el suelo era una mezcla de barros y charcos. Muchos de los puestos de venta estaban sobre y bajo plásticos para proteger en lo posible las mercancías. La disposición era ligeramente laberíntica, con múltiples callejas irregulares y escaleras que distribuían las localizaciones en diversas alturas, separando el sector del ganado del resto de puestos. En un lateral había mesas y taburetes dispuestos como pequeños comedores donde los visitantes hacían un alto en sus compras para renovar fuerzas con la comida. Muchas mujeres ancianas de rostros imposiblemente hermosos invitaban a adquirir sus productos con una sonrisa, pero al pedirles permiso para fotografiarlas, cerraban con fuerza las bocas, avergonzadas de sus melladuras y dientes negros. Aun así, son tan acogedoras como pícaras y mediante gestos y sonidos me advirtieron que podía hacerles las fotos, aunque sin sonreír. Sólo al volver a guardar la cámara abrieron de nuevo la boca, casi como en un gesto de desafío a su propia timidez.



Ancianas en el mercado.

En este mercado, al ser de zona montañosa, no predomina el pescado, como en el sur y centro del país, sino la carne. Muchos de los puestos de venta están llenos de piezas de gran tamaño de los animales sacrificados para el consumo. Las vendedoras de carne de cerdo descuartizan las cabezas para extraer de ellas las partes más sabrosas, como las carrilleras, y desmenuzan el resto para venderlo más barato. Las carnes se extienden sobre tablas de madera impregnadas de sangre y se exponen a la vista de los potenciales compradores que tocan y revuelven cada pieza con la intención de llevarse la mejor. 



Hay tiendecitas de especias, otras de ropas, muchas de objetos variados, algunos desconocidos porque no forman parte de mi universo habitual. Con todo, lo más especial de los mercados vietnamitas es la conocida y no por ello menos fascinante imagen de confusión ordenada, de caos comprensible que parece derivarse de las idas y venidas entre cacharros y comidas. Las zonas del mercado se subdividen para ofrecer por turnos verduras, carnes, cuchillos, cintas para cestas, telas para confección, cintas para adornar las faldas, horquillas para el pelo, dientes postizos y la más variopinta colección de todo lo que puede adquirirse con dinero o con intercambio. El incesante vaivén de personas es un espectáculo en sí mismo y el acogedor gesto de permitirme estar allí es suficiente para alimentar mis recuerdos más bonitos.










Escenas del mercado.

Los mercados me hacen pensar en la vida en directo. Todo lo que se intercambia en ellos tiene su lugar de ser, todo vale, todo será usado. Dejarse llevar por los caminos sin traza de esas ferias de la cotidianeidad es un placer en sí mismo. Caminar entre cachivaches, olor dulce a especias y el más rancio de las carnes muertas o los animales vivos ayuda a entender el ser de un pueblo. Hacerme partícipe de ello es mi privilegio.

25/9/12

Vietnam, el país amable-3: templos.

Llamada a la oración de la tarde en el templo.

Los templos y los mercados son las manifestaciones culturales que más información nos dan sobre las formas de vida de los habitantes de un país. En los lugares de culto la sacralidad define no sólo la relación que se pretende con el más allá, vinculado a las creencias propias, sino también el grado de sumisión y de imbricación que la religión ha adquirido con respecto a la gente. En cuanto a los mercados es donde mejor podemos aprender de qué manera se relacionan las personas, qué necesitan para sus vidas y qué elementos y objetos propios y particulares configuran la correspondencia entre el día a día y las necesidades indispensables.

La relación del ser humano con la religión es muy interesante. En otros artículos he dejado constancia de la fascinación que ejerce sobre mí la tendencia, y por qué no la obsesión, que hace que muchos humanos pongan sus vidas y sus decisiones en las supuestas manos de un más que supuesto dios. En Asia esta relación es muy notoria, sobre todo en países como Laos, Camboya y, especialmente, India. Vietnam no es una excepción. A su atribulada historia política y social hay que añadir la complicada historia religiosa que culmina con la creación, allá por las primeras décadas del siglo XX, del culto Hoa Hao y del "Caodaísmo", fervorosa adaptación del eclecticismo más notable.


En Vietnam se profesa mayoritariamente el budismo mahayana con  algunas reminiscencias animistas, aunque también coexisten otros cultos como el budismo teravada, el hinduismo, el confucianismo y el taoísmo, además del islam y el cristianismo. A lo largo del tiempo budismo, taoísmo y confucianismo han dado lugar al Tam Giao o religión triple, en la que se pueden encontrar también referencias a cultos chinos y al animismo. Como muestra de la influencia de varias religiones, vemos en el sur de Vietnam gopurams similares a los del sur de la India y pagodas jemer como las de Camboya. La mitología tampoco ha desaparecido por completo, sobre todo en las narraciones populares que se siguen transmitiendo de forma oral en espectáculos callejeros o en las célebres marionetas de agua. Por supuesto, encontramos también mezquitas e iglesias cristianas, aunque su preponderancia no es equiparable a las ya mencionadas.


Pagoda jemer.

Templo chino, CHCM.

Mezquita, CHCM.


Iglesia, CHCM.

El budismo se ha desarrollado a lo largo del tiempo en formas paralelas, pero puntualmente muy diferentes. El budismo mahayana, preferente en Vietnam, destaca por ser más proclive al "método" que a la "doctrina". Dicho de otro modo, la doctrina implica ajustarse estrictamente a las enseñanzas de Buda, mientras que el método abre la puerta a posibles interpretaciones en la búsqueda, casi "científica", de mejores formas de abordar la religiosidad. El budismo  teravada predomina en el sur y lo practica en su mayoría la etnia jemer. El gobierno admite la libertad de culto, siempre y cuando ello no entrañe un supuesto peligro frente a su supremacía política, de tal manera que grupos considerados potencialmente subversivos pueden ser controlados e incluso prohibidos.


Un caso peculiar lo representan las religiones Hoa Hao y Cao Dai. La primera surgió hacia 1939 basada en el budismo y en torno a la figura de Huynh Phu So, a quien los fieles consideran un profeta. En este tipo de creencia se destaca la importancia de los campesinos y del culto practicado en el hogar y no sólo en el templo. El "caodaísmo" es otro ejemplo que me lleva a pensar en qué cosa tan curiosa son las religiones.



Templo caodaísta, delta del Mekong.

Las religiones surgen como parte de la tendencia consustancial del ser humano a la trascendencia y derivan deslizándose desde el miedo, pasando por la sumisión y recalando en la resignación. Todas las religiones, además, aunque parten de un ansia perfectamente lógica y comprensible, ancestral e íntima de los humanos, degeneran en el momento en que unos cuantos afirman haber sido elegidos por un dios para transmitir su "verdad"; el resto es parafernalia. 

El caodaísmo surgió allá por la década de 1920, consolidándose aproximadamente en 1926. Su fundador, Ngo van Chien, tenía la pretensión de unificar las más importantes religiones y fusionarlas en una que representara los valores más relevantes del ser humano. Es, sin duda, la mayor muestra de sincretismo religioso que podemos encontrar y en ella se dan cita al mismo tiempo  budismo, cristianismo, hinduismo, islam, taoísmo, confucionismo. Sus templos son buena muestra de tal mescolanza al incluir elementos de todos los cultos mencionados, aderezados con buena cantidad de colores llamativos y luces de neón.






Distintas imágenes de templos caodaístas con su simbología.

El culto se basa en desarrollar la compasión y la bondad y durante las ceremonias desgranan cánticos acompañados de música tradicional vietnamita. Cuenta con una estructura jerárquica en la que los miembros se distinguen por las túnicas de colores diversos. El símbolo fundamental es el ojo divino dentro de un triángulo y entre sus santos se cuenta Lao-Tse, Víctor Hugo, Juana de Arco, Sun-Yat-Sen y Shakespearee, dando buena imagen del eclecticismo de que hace gala.

Momento del rezo en un templo caodaísta.

En Vietnam la presencia de la religión es tan evidente como en la mayoría de los países asiáticos. Los distintos lugares dedicados al culto, algunos tan curiosos como el pequeño templo abarrotado de imágenes y ofrendas en el primer piso de una calle de Hanoi, aparecen por doquier. Es frecuente encontrar mujeres y hombres que antes de dirigirse a sus ocupaciones desvían el camino para acercarse a orar brevemente ante los dioses, ofreciendo varitas de incienso encendidas que se depositan en grandes recipientes de hierro frente al recinto donde se ubican las imágenes sagradas.

Templo de la Literatura, Hanoi.

A pesar de la profunda convicción religiosa de los creyentes y devotos, algunos de los recintos sacros son también lugar de encuentro y de comercio. En los alrededores y en los patios interiores de pagodas y templos con importancia histórica o artística se dan cita numerosas tiendecitas y puestos donde se venden todo tipo de artículos, algunos vinculados al culto y otros, la mayoría, simples souvenirs. Por otra parte, en muchos templos hay además rincones para el paseo y la meditación. Amplios jardines con profusión de árboles, flores y estanques, cuidados con la exquisita delicadeza vietnamita, son la perfecta compañía para quienes nos refugiamos allí de los excesos sonoros de las calles. 

Templo de Ngoc Son, Hanoi.

3/9/12

Vietnam, el país amable-2: una historia compleja-B

Phan Thi Kim Phuc quemada con napalm (fotografía de Nick Ut).
Museo de la guerra en Ciudad Ho Chi Min.


Todos hemos sido durante años testigos de imágenes en películas, documentales o museos de lo que supuso la llamada Guerra del Vietnam entre este pequeño país y la desmesurada potencia de Estados Unidos. En el conjunto de los recuerdos comunes que podemos compartir los humanos ciertas situaciones se han convertido en pesadillas colectivas. Algunas de ellas han contribuido a concienciar, otras a asustar, otras tal vez nos repelen por su crudeza. Ello no obstante, solemos asistir con expectativa macabra a la presentación de hechos vergonzosos para la misma humanidad, tan insistentemente presentes a lo largo de la historia. La Guerra de Vietnam hizo que en Estados Unidos los ciudadanos se enfrentaran por primera vez al horror de sus propias injusticias y que percibieran a los soldados que retornaban al hogar como villanos y no como los héroes a que tan acostumbrados estaban.
Antes de que ocurriera tan lamentable episodio Vietnam había superado un largo periodo de dominación francesa. La huella francesa es muy notable todavía en forma de edificios de aire colonial y en algunos aspectos de la gastronomía. Desde mediados del siglo XIX Francia ocupó el país, así como zonas vecinas, constituyendo la Indochina francesa. En el interior de Vietnam no dejaron de sucederse protestas anticolonización y nacionalistas que, a pesar de intrigas y corruptelas políticas, culminaron en 1954 con la independencia. Un papel clave lo jugó entonces Ho Chi Min, líder del movimiento nacionalista comunista Viet Minh. En mayo de 1954 se produjo la derrota definitiva de los franceses en la batalla de Dien Bien Phu. Una de las principales consecuencias se produjo  en septiembre de 1945, la partición de Vietnam en dos, el sur con el apoyo de potencias occidentales, entre ellas Estados Unidos, y el norte, controlado por el Viet Minh. 


Edificio de la Ópera, Ciudad Ho Chi Min.


Catedral de Notre Dame, Ciudad Ho Chi Min.


Vietnam del sur, República de Vietnam, con capital en Saigón, quedó en manos del despótico y ultracatólico Ngo Dinh Diem. La corrupción y la brutal persecución de budistas de su régimen fue tal que, contando con el apoyo de Estados Unidos, se produjo un golpe de estado por el que fue derrocado en 1963. Vietnam del norte, o República Democrática de Vietnam, fue fundado por Ho Chi Min en Hanoi. Los comunistas vietnamitas pretendían unificar ambos bajo el poder de un mandato socialista, lo cual provocó que Estados Unidos interviniera en favor del sur, desencadenándose así la Guerra de Vietnam. Hasta 1975, con la caída de Saigón a manos de las tropas comunistas, no se produciría la reunificación.


Palacio de la Reunificación, Ciudad Ho Chi Min.

No hace falta repetir lo que son las guerras, a quiénes benefician y quiénes siempre serán perjudicados. No hace falta dar vueltas a por qué se inician los conflictos, puesto que detrás de todos ellos ya sabemos que se esconden intereses muy alejados de las necesidades de los individuos que sufrirán las consecuencias. En el caso de la Guerra de Vietnam, al visitar los escenarios de aquella historia, lo primero que surge en la mente es la idea de la absoluta desproporción de los medios de un país invasor contra el invadido. Dejando al margen la prepotencia de la pretensión por instaurar un orden determinado (el supuestamente democrático contra el comunista), el poderío norteamericano desbordaba cualquier previsión que pudiera imaginarse.


Algunos datos. Museo de la Guerra, Ciudad Ho Chi Min.

Muchas fotografías dejan constancia de las diferencias, mostrando la fragilidad de los vietnamitas y la superioridad física del ejército invasor. Hay en el museo una imagen de un campesino corriendo delante de un soldado norteamericano que evidenciaba con claridad el abismo de medios y fortaleza de ambos bandos: cuerpos delgados y pequeños frente a los fornidos y bien alimentados; armas escasas y de fabricación casera ante el poderío militar de uno de los mayores y mejor preparados ejércitos del mundo. Aun así, Vietnam hizo buen uso de los recursos de que disponía: la jungla, la guerrilla y la imaginación. 
Caminando por el parque nacional de Cat Ba en una ruta bastante exigente por la subida, el calor y la humedad, era fácil imaginar las sensaciones y la angustia que los soldados norteamericanos pudieron experimentar al adentrarse en ese territorio para combatir a un enemigo invisible. La jungla es tupida, la humedad es superior a lo que se puede soportar, el sudor caía copioso e insistente, hasta el punto de cegarme. La luz es escasa por la densidad de la flora y los mosquitos, las arañas y otros miles de animales agazapados contribuyen a crear una cierta ansiedad. Entiendo el horror de sentirse vigilados, de temer una trampa o una emboscada a cada paso. En la selva el calor y la humedad se convierten en una película sin fin; los mosquitos y otros insectos transforman la piel en su propio campo de batalla. La locura se apodera rápidamente de los jirones de cordura y convierte en víctima al que está bajo su régimen. No siento compasión por aquellos invasores, engañados o no, pero comprendo las neurosis y las paranoias que desarrollaron muchos de ellos, condenados a vagar por esas junglas interminables. Comprendo su regreso al hogar para ser tratados de por vida de heridas incurables, no tanto en el cuerpo, sino indelebles en la mente.
Cerca de Ciudad Ho Chi Min (antigua Saigón) hay un entramado de túneles subterráneos que fueron muy aprovechados durante la guerra con Estados Unidos. Más de 200 km. en varias alturas y organizados con salidas de humos, trampas para prevenir la entrada del enemigo, lugares de reunión y descanso, así como cocinas, almacenes de armas y enfermerías configuran la red de galerías que servía tanto de refugio como de comunicación y coordinación en la estrategia militar. Los túneles sirvieron al vietcong para organizar ataques sorpresa y sólo una casualidad permitió que fueran descubiertos. Las entradas eran tan estrechas que no permitían el paso de hombres robustos cargados con impedimenta militar. Como no era fácil adentrarse, porque además estaban plagados de trampas, introducían perros que, sin embargo, eran despistados por los vietnamitas al utilizar jabones y ropa de los soldados capturados para confundirles con el olor. Desde los túneles los vietnamitas no sólo llegaban hasta las zonas controladas por el vietcong en territorio dominado por los norteamericanos, sino que les permitía hacer una guerra oculta al aparecer de "la nada", matar y desaparecer de nuevo bajo tierra por una de las aperturas preparadas.


Una de las entradas a los túneles.

En el parque dedicado a exponer la historia de los túneles se presenta un vídeo documental de unos diez minutos de duración. La filmación es antigua y el lenguaje es grandilocuente y propagandístico, con momentos infantiles como los que cuentan que las muchachas hermosas preferían cantar, pero combatían valientemente y la medalla con que se distinguía a los "combatientes valientes aniquiladores de yankis". Se puede ver este documento en el enlace de youtube  http://youtu.be/MNLJXCvNNTA .
Debo reconocer que, a pesar de cómo está presentado, el sistema de túneles no deja indiferente a nadie. Resulta impactante conocer el modo en que se construyeron, de qué manera eran ocupados y qué estrategia regía su uso, además de las condiciones en que se habitaban, días y semanas, soportando un calor extremo a varios metros bajo tierra, mientras la superficie era sistemáticamente bombardeada. La zona de Cu Chi fue una de las más devastadas por los norteamericanos, con defoliantes, gasolina y napalm. Aun así, los túneles cumplieron la función que los vietnamitas habían previsto.

Entrada a un túnel.

Salida de humos de los túneles camuflada en un hormiguero.

Esquema del interior de los túneles.



La guerra directa contra el ejército estadounidense duró desde 1964 hasta que en abril de 1975 las tropas del vietcong se alzaban definitivamente con la victoria. Un año más tarde se constituyó la República Socialista de Vietnam. En los Estados Unidos la guerra no estaba bien considerada. Los soldados no eran héroes y muchas de las acciones de los combatientes estadounidenses eran vistas como masacres innecesarias que fueron creando progresivamente un sentimiento generalizado de rechazo. Desde 1968 muchos intelectuales y artistas, además de infinitud de ciudadanos anónimos, protestaban por lo que entendían guerra injusta y desproporcionada. Por primera vez los soldados no eran recibidos con entusiasmo y desfiles triunfales al volver a casa. Las noticias y las fotografías difundidas por los reporteros alimentaban la sensación de abuso y hasta inmoralidad. Casos concretos como el de la matanza de My Lai fueron detonantes en el desprecio que la sociedad norteamericana desarrolló por esta guerra. En el Museo de Recuerdos de la Guerra, en Ciudad Ho Chi Min, se muestran fotografías y objetos de aquella contienda, así como explicación de las celdas de detención y las fórmulas de tortura más habituales. 






Algunas imágenes en el Museo de Recuerdos de la Guerra.

Aquella guerra dejó zonas de Vietnam quemadas e irrecuperables, miles de personas sin hogar y muchos miles más casi sin cuerpo, tanto y tan grave fue el ataque con agentes ultranocivos, como el agente naranja o el napalm. La Guerra de Vietnam queda en el recuerdo de muchas generaciones asociada a la infamia y al sentimiento de que no se trataba de distinguir entre buenos y malos, sino entre poderosos y miserables. Aun así me ha sorprendido enormemente saber qué piensan en la actualidad de aquella guerra que para los que estamos lejos es reflejo de barbaridad.
Vietnam es un país reconstruido, lo cual no evita encontrar diferencias grandes entre norte y sur. A modo de anécdota puedo decir que los del sur se ríen del "romanticismo" de los norteños, mientras que éstos reniegan de la frialdad de los sureños. Pero en asuntos más complejos, las heridas siguen abiertas, aunque se turnen en el poder un presidente del sur y un primer ministro del norte o viceversa. Sin embargo, aquel desgarro social no se ha curado. Viajando por el país las diferencias se hacen manifiestas, aun cuando no me hubieran explicado nada de lo que he aprendido. Ocurre como en España y otros países: muchas familias fueron separadas por cuestiones políticas y el odio se mantiene por más tiempo que los intereses. 
El norte de Vietnam es un lugar montañoso y frío, tienen una sola cosecha de arroz, con suerte pueden llegar a dos. En el sur, el delta del Mekong permite hasta tres y cuatro cosechas anuales. La economía, pues, se muestra como un importante factor diferencial. Por otra parte, en el norte se localizan grupos étnicos emparentados con otros asentados en Laos y Yunan cuyas formas de vida distan  mucho de las habituales en las zonas más cálidas del sur. Todo contribuye a formar un mapa complejo, aderezado con los recuerdos de una partición solucionada sobre el papel, pero aún no resuelta en la vida cotidiana. El guía vietnamita que nos acompañaba, un hombre joven con buena formación académica y criterios claros y rotundos, contaba que su propia familia fue una de las afectadas por las circunstancias políticas. Él es del sur y su padre y su abuelo fueron obligados a ingresar en las filas del ejército para combatir contra el vietcong, porque la alternativa era sufrir cárcel, cuanto menos.


Soldados vietnamitas en el parque de Cu Chi.

Anuncio de cráter de bomba.



Escenas del Museo de la Guerra.

A pesar de todo, me admiraba lo que cuentan los propios habitantes respecto a sus sentimientos por aquella parte de la historia. Al preguntar qué se enseña en las escuelas sobre la guerra, decían que poco más que algunas ideas dispersas sin incidir en las consecuencias de la intervención estadounidense. Hay una ausencia  de rencor que casi parece ensayada, aunque era bastante frecuente encontrar la misma idea. Dicen los vietnamitas que no aborrecen a los yankis porque los soldados iban engañados por su gobierno y obligados a servir a su patria, a participar en una guerra que ellos no pidieron. Dicen que han decidido mirar hacia delante y dejar el odio en el pasado, porque sólo de esta manera pueden avanzar. Dicen que las heridas cicatrizan mejor cuando no se están rascando continuamente y que aquello que pasó no les ha dejado más huella que un acontecimientos de tantos que hay en la historia. 
Y yo, viendo las imágenes en el museo, las que guardamos en la memoria colectiva y las que no han dejado de hacerse presentes a través de la pantalla, no podía dejar de preguntarme qué hay detrás de ello. Si esa ausencia de odio es también un requisito indispensable para no rebelarse contra la corrupción que les atenaza en la actualidad. Si mantener intacto su talante amable no es compatible con un perdido espíritu indomable.