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29/9/12

Vietnam, el país amable-4: mercados.

Mercado de Muong Kuong.


En todos los viajes que he tenido la suerte de hacer siempre me he sentido fascinada y entusiasmada por los mercados. Es allí, más que en cualquier otro lugar del país, donde se puede saborear de verdad la vida de sus habitantes. Un mercado es el punto de reunión de mercancías, comidas, utensilios y transacciones necesarias o interesadas para el desarrollo cotidiano de las vidas. Pasear por los mercados es tocar un poco más de cerca las vivencias de los habitantes del lugar, es ser un poco menos extranjero con cada paso que se da entre cajas, animales vivos o despiezados, objetos conocidos o no, olores, colores y formas. Los mercados me absorben con su magia hecha de productos y variadas provisiones para la vida. 

Vietnam es un paraíso del mercadeo. Todo se compra y se vende en calles, rincones y barcas sobre el río. Aquí también, como en otros lugares de Asia, se muestra el pescado vivo, las ranas, tortugas y serpientes, así como otros animales de tamaño asequible, gallinas, perros o gansos. Las grandes piezas, cerdos, bueyes, quedan expuestos, impúdicamente desmembrados, sobre expositores de madera antigua, atravesada por miles de tajos e impregnada de incontables trazos de sangres. A bordo de inestables motocicletas se cargan los fardos de mercancías para su traslado al mercado. En equilibrios imposibles se amontona todo tipo de objetos para su traslado hacia el puesto de venta. 



Transportes habituales.




Algunos animales vivos en el mercado.

En los mercados vietnamitas también hay puestos de comida donde degustar las especialidades locales, dos de las cuales son el phong y la omnipresente salsa de pescado. El phong es una sopa en la que se mezclan fideos, algo de carne o pescado y verduras, servido todo junto en un bol. Es tan popular en el país que incluso se hacen juegos de palabras con ella: el IPhong, en alusión al modelo de teléfono de la casa Apple, es uno de los más frecuentes. La salsa de pescado se usa como aderezo para las sopas y otros platos. Según su elaboración puede ser más o menos fuerte, aunque siempre es muy salada. La base de la salsa, como se puede suponer, es el pescado que ha sido previamente fermentado, lo cual le confiere un sabor ciertamente lejano al paladar occidental. Sin embargo, una pequeña cantidad mezclada con la comida le da un toque peculiar no desagradable. Los vietnamitas también usan con abundancia las salsas picantes para acompañar los platos. Otras variedades muy sabrosas de comida vietnamita son los rollitos, bien fritos o crudos, y los "noodles" y el arroz como eterno acompañante de toda mesa. Por otra parte, la enorme variedad de frutas que se cultivan allí hace que en los mercados se pueda apreciar una cantidad de colores y formas no sólo desconocidas para nosotros, sino tan llamativas como deliciosas.




Puestos de frutas y verduras.

A lo largo del viaje por Vietnam, aunque todos los mercados me maravillaron igualmente, dos de ellos llamaron especialmente mi atención: el mercado flotante de Cai Rang y el del pueblo Muong Khuong en las montañas del norte cerca de Sa Pa.
En la ciudad de Can Tho en pleno delta del Mekong se extiende sobre el río el mercado  flotante. Al amanecer las aguas oscuras se llenan de barcas cargadas de mercancías, mayoritariamente frutas y verduras que los agricultores locales llevan a diario para la venta. Vendedores y compradores se entremezclan cruzando sus embarcaciones para efectuar las transacciones. La maraña de barcas es grande, aunque todo parece fluir con un orden preestablecido, sin choques ni violencias, sin gritos ni estridencias. La luz del día se va imponiendo y el calor comienza a hacerse sentir. Las imágenes y los sonidos sobre el suave balanceo de los botes dan al conjunto una impresión casi onírica. En algunas de las barcas se vende también comida caliente que se prepara en el mismo momento, sacando de enormes ollas los caldos que completarán un buen tazón de pho o las verduras que se dejarán caer sobre un gran plato de tallarines. Disfruté la sensación amable de moverse como a cámara lenta en medio de aquella disposición inestable sobre el agua. No tenía bastantes ojos para abarcar tanto color y tantas formas distintas. De cada rincón surgía una imagen, una experiencia para conservar. Todas las barcas se mueven  por lo que parecen tramos prefijados, así que al desplazarnos en nuestra embarcación pudimos ser testigos de múltiples escenas a cual más interesante, a cual más fascinadora.










Escenas en el mercado flotante de Cai Rang.

Muong Khuong es una población del distrito de Lao Cai próxima a la frontera con China. Aunque está a una distancia relativamente corta de la turística Sa Pa, si no contamos con las revueltas de la estrecha carretera de montaña que hay que atravesar para llegar, es un lugar tranquilo y carente de turistas. Eso hace que sea un placer mayor disfrutar de sus calles y de su intenso mercado que se celebra cada domingo y donde se dan cita las distintas etnias de la zona. Las mujeres suelen vestir sus ropas tradicionales, coloridas y cargadas de adornos. Los hombres, por el contrario, visten de negro o con ropas occidentales. Ello da una vistosidad mayor al conjunto de los puestos, cargados de cualquier cosa que pueda ser comprada y vendida. 





Habitantes de Muong Khuong en día de mercado.

El mercado estaba repleto, abarrotado más bien. Había llovido y el suelo era una mezcla de barros y charcos. Muchos de los puestos de venta estaban sobre y bajo plásticos para proteger en lo posible las mercancías. La disposición era ligeramente laberíntica, con múltiples callejas irregulares y escaleras que distribuían las localizaciones en diversas alturas, separando el sector del ganado del resto de puestos. En un lateral había mesas y taburetes dispuestos como pequeños comedores donde los visitantes hacían un alto en sus compras para renovar fuerzas con la comida. Muchas mujeres ancianas de rostros imposiblemente hermosos invitaban a adquirir sus productos con una sonrisa, pero al pedirles permiso para fotografiarlas, cerraban con fuerza las bocas, avergonzadas de sus melladuras y dientes negros. Aun así, son tan acogedoras como pícaras y mediante gestos y sonidos me advirtieron que podía hacerles las fotos, aunque sin sonreír. Sólo al volver a guardar la cámara abrieron de nuevo la boca, casi como en un gesto de desafío a su propia timidez.



Ancianas en el mercado.

En este mercado, al ser de zona montañosa, no predomina el pescado, como en el sur y centro del país, sino la carne. Muchos de los puestos de venta están llenos de piezas de gran tamaño de los animales sacrificados para el consumo. Las vendedoras de carne de cerdo descuartizan las cabezas para extraer de ellas las partes más sabrosas, como las carrilleras, y desmenuzan el resto para venderlo más barato. Las carnes se extienden sobre tablas de madera impregnadas de sangre y se exponen a la vista de los potenciales compradores que tocan y revuelven cada pieza con la intención de llevarse la mejor. 



Hay tiendecitas de especias, otras de ropas, muchas de objetos variados, algunos desconocidos porque no forman parte de mi universo habitual. Con todo, lo más especial de los mercados vietnamitas es la conocida y no por ello menos fascinante imagen de confusión ordenada, de caos comprensible que parece derivarse de las idas y venidas entre cacharros y comidas. Las zonas del mercado se subdividen para ofrecer por turnos verduras, carnes, cuchillos, cintas para cestas, telas para confección, cintas para adornar las faldas, horquillas para el pelo, dientes postizos y la más variopinta colección de todo lo que puede adquirirse con dinero o con intercambio. El incesante vaivén de personas es un espectáculo en sí mismo y el acogedor gesto de permitirme estar allí es suficiente para alimentar mis recuerdos más bonitos.










Escenas del mercado.

Los mercados me hacen pensar en la vida en directo. Todo lo que se intercambia en ellos tiene su lugar de ser, todo vale, todo será usado. Dejarse llevar por los caminos sin traza de esas ferias de la cotidianeidad es un placer en sí mismo. Caminar entre cachivaches, olor dulce a especias y el más rancio de las carnes muertas o los animales vivos ayuda a entender el ser de un pueblo. Hacerme partícipe de ello es mi privilegio.

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