Vistas de página en total

6/1/14

De vuelta

He empezado de nuevo a revivir. Lo digo en el más pleno sentido de la palabra: volver a vivir y recuperar lo que fue para hacerlo presente una vez más. Voy a renacer en forma de recordar que viajando se vive.
En las páginas de "Caminos que nos llevan" (www.elviajecomolavida.blogspot.com) os presentaré nuevas aproximaciones a otros tantos momentos. He querido empezar con el más recurrente de mis sueños y la más triste de mis pesadillas. Hace muchos años viajé por Etiopía. Aquel viaje marcó algo en mí, no sé si por las vivencias, las experiencias, las convivencias. Era mi primera vez en el África de los aventureros y se convirtió en mi primera vez conmigo misma. Conocí a gente e intercambié horas y mensajes. Conocí a Desalé y se quedó para siempre. Me sigue pesando como plomo un abrazo que no fue. Escribir es a veces expiar. No sirve como remedio ni funciona como bálsamo, pero nos permite un instante de reconciliación.
Gracias por caminar a mi lado.

13/1/13

Cambios

Ha llegado la hora de reiniciar el rumbo. Te espero, si tienes a bien seguir acompañándome, en Caminos que nos llevan, mi nuevo blog de viajes, todavía en construcción.
Gracias por el tiempo que me has regalado al leerme.

21/10/12

China, el dragón y su magia-1: aproximación.



Acceso a la Ciudad Prohibida desde Tian an Men, Beijing.

Un país que depara sorpresas, un país tan dinámico como contradictorio, que carga con la más numerosa población del planeta, mezcla de vivencias, etnias, monumentos y rincones. China se nos ofrece con la más extraña combinación de tradiciones y modernidad, abierta a los cambios y remisa a las intromisiones.


Dragón en la Ciudad Prohibida.

Preparativos de la ópera de Beijing.

He estado dos veces en China, la primera para recorrer una parte de la antigua Ruta de la Seda; la segunda para introducirme en el sur rural. En ambos casos me ha admirado la inmensa capacidad del pueblo chino para sobreponerse a sus propias circunstancias. Por una parte, un sistema político represor que, al mismo tiempo, exige una adecuación extrema a la modernización económica. Por otra, miles de años de tradiciones, unas hermosas y otras terribles, que no acaban de desaparecer por mucho que las ciudades estén deslizándose rápidamente a la occidentalización sin paliativos.





Niños en Beijing.

A lo largo de los viajes por este inmenso país pude comprobar cómo el gobierno comunista ha permitido la entrada progresiva de los ciudadanos en el capitalismo, en beneficio propio, es de suponer. Aunque parezca una contradicción, nada más lejos de la realidad: el comunismo chino entremezclado con la economía más mercantilista, sin vuelta atrás, pero también sin los derechos que los países occidentales llevan participando desde hace décadas. Así, las condiciones del trabajo son exigentes, las ganancias escasas para duras jornadas laborales, las posibilidades de desarrollo limitadas a unos pocos, pero las ansias de parecerse a los europeos y a los norteamericanos se ha apoderado del pueblo chino con creciente afán.


Centro comercial en Xian.

China cuenta con más de 1300 millones de habitantes en una extensión de casi 10 millones de km2. Conviven en su territorio 56 etnias diferentes, de las cuales el 90% corresponde a miembros de la etnia han y el resto a las 55 llamadas etnias minoritarias, localizadas especialmente en la zona oeste. Aunque la política gubernamental pretende ser equitativa entre todos los grupos culturales, no deja de haber notables diferencias entre ellos. Uno de los motivos es las zonas de asentamiento en las que se ubican algunas de ellas,  terrenos montañosos y escarpados alejados de grandes centros urbanos. Otro, las evidentes formas diferenciales de vida que han provocado en ocasiones sangrientos enfrentamientos entre los hui, musulmanes, y la preponderante han. 





Miembros de la etnia hui en Kashgar.

Otro factor de conflicto étnico procede del grupo de tibetanos. Además del problema derivado de ser una minoría, hay que contar con la cuestión ideológica y política nacida de la invasión del Tíbet por parte del gobierno chino. En Xiahé, localidad de la provincia de Gansu, se encuentra uno de los mayores enclaves tibetanos de China y el segundo mayor templo budista después del Potala en Lhasa: el monasterio de Labrang. Shangri-La, antes conocida como Zhongdian y situada en la provincia de Yunan, es otro importante enclave con mayoría tibetana.


Molinos de oración, pueblo de Xiahé


Estupa sagrada.

Monjes en el patio del monasterio de Labrang.
Una calle en Shangri-La.

Mujeres tibetanas.

A pesar de las dificultades que entraña gestionar un país de cifras tan abrumadoras, da la impresión de que China está en camino de convertirse en el punto de referencia económico del mundo. A modo de chiste suele decirse que los chinos son capaces de copiarlo todo, de hacer réplicas de escasa calidad de cualquier producto que se pueda vender. Esto es así, incluso hay grandes centros comerciales especializados en imitación de productos de marcas muy conocidas y apreciadas. Pero además, la nueva China está haciéndose hueco en el panorama mundial con la pretensión de colonizar grandes parcelas de poder mercantil. Cuentan a su favor con una forma de vida acostumbrada al trabajo duro y, en su contra, la represión estatal que se pone en marcha ante cualquier intento de autonomía política.


Puesto de comida, Beijing.

Los chinos como pueblo son esquivos y poco acogedores. Están acostumbrados a marcar distancias, no manifiestan sentimientos en público y suelen estar más pendientes de sus asuntos que de las relaciones sociales. Aun así no hay percepción de hostilidad al viajar por el país, aunque sí se aprecia una notable falta de calidez en los contactos con la gente. No se tocan para saludarse y no se les ocurriría jamás besarse ante nadie. Son ceremoniosos y, en ocasiones, pueden parecer incluso hostiles. Se dice de ellos que no aprecian a los extranjeros y que pueden, incluso, pecar de xenófobos. Yo no he sentido tales impresiones. Por el contrario, en China me sentía cómoda, especialmente en los pueblos; no obstante, debo admitir que las ciudades, cuyo crecimiento se ha desmesurado en los últimos años, no invitan precisamente al acercamiento. A ello hay que añadir que la población china no domina idiomas occidentales que les permitan relacionarse con los visitantes. El turismo chino es básicamente autóctono, en muchos lugares ni siquiera el personal de los hoteles, por no hablar de taxistas o vendedores, no hablan otro idioma que el propio. Es fácil deducir, pues, que la comunicación está vedada más allá de los gestos y las sonrisas.
Entre los elementos más conocidos de la cultura china y que más se han extendido por el mundo encontramos la caligrafía, la comida y el té. Para nosotros, los trazos del pincel sobre papel o seda que dejan los calígrafos son deliciosas y delicadas obras que pueden emplearse como objetos de decoración. Para los chinos, el dominio de la caligrafía requiere tiempo y esmero, es todo un arte y le dedican la atención y el respeto que sus 6.000 años de historia se merecen. En Xian, por citar sólo un lugar, hay numerosas tiendas en una calle cercana a la muralla, donde se exhiben todos los elementos necesarios para plasmar los ideogramas: diversas variedades de papel y seda; infinidad de pinceles de tamaños sorprendentes, desde el más fino hasta enormes brochas. A ciertas horas del día los calígrafos instalan pequeños puestos de venta y, mientras esperan potenciales compradores, se dedican a escribir citas y expresiones mostrando sus habilidades a los viandantes.


Puesto de caligrafía, Xian.

Variedad de pinceles para la escritura.

El arte de escribir.

La comida china se ha popularizado en occidente desde hace muchos años. Los inmigrantes han introducido en Europa y Estados Unidos las infinitas variedades de cocinar y presentar sus platos tradicionales. Aunque la mayoría de los restaurantes chinos asentados en países occidentales han adaptado la cocina china al gusto nuestro, el placer de degustar tales especialidades es cada vez mayor. En China la gastronomía exige todo un culto y se muestra casi como un ritual. Dada la gran extensión y variedad cultural del país, no es de extrañar la consiguiente variedad gastronómica que podemos encontrar. Generalmente se ofrecen al centro de la mesa varios platos, con verduras, pescado, carne, algas que los comensales comparten. Cada uno coge porciones de las fuentes comunes y lo deja en su bol desde el que come, sorbiendo ruidosamente si hay caldo o sopa y acercando la cara al recipiente para empujar el contenido con los palillos. Hay que contar, además, que los chinos comen todo lo que se cría en la tierra y cualquier tipo de animal, lo cual, a ojos occidentales, a veces resulta chocante, por no decir desagradable. Sin ánimo de mostrarme etnocentrista, debo reconocer que los tabúes culturales, entre ellos el de la comida, viajan con nosotros junto con las maletas y la cámara fotográfica.


Comiendo en la calle.

Presentación de platos.

El té es la bebida china por excelencia. No sólo se utiliza para invitar en las casas y comercios, sino que está omnipresente en las habitaciones de hoteles, en los vagones de tren y en cualesquiera puntos de reunión para servirse libremente. Los chinos acompañan su comida con té y se pueden encontrar tantas variedades como gustos o preferencias de ingestión. El té se cultiva en grandes extensiones, los arbustos se disponen en terrazas inclinadas y en la época de recolección el paisaje se puebla de belleza: el contraste entre los colores de la planta y las figuras de las mujeres que cogen las hojas con delicada precisión. La ceremonia del té, especialmente en China y Japón, es un ritual antiquísimo que los expertos desempeñan con rigor y seriedad.


Variedades de té.

Campo de té.

Es difícil abarcar China en unas líneas, ni en miles de páginas podría recoger todo cuanto ese país ha sido y puede llegar a ser. Intentaré, no obstante, ofrecer mi visión a partir de las vivencias que tuve en los dos viajes.

29/9/12

Vietnam, el país amable-4: mercados.

Mercado de Muong Kuong.


En todos los viajes que he tenido la suerte de hacer siempre me he sentido fascinada y entusiasmada por los mercados. Es allí, más que en cualquier otro lugar del país, donde se puede saborear de verdad la vida de sus habitantes. Un mercado es el punto de reunión de mercancías, comidas, utensilios y transacciones necesarias o interesadas para el desarrollo cotidiano de las vidas. Pasear por los mercados es tocar un poco más de cerca las vivencias de los habitantes del lugar, es ser un poco menos extranjero con cada paso que se da entre cajas, animales vivos o despiezados, objetos conocidos o no, olores, colores y formas. Los mercados me absorben con su magia hecha de productos y variadas provisiones para la vida. 

Vietnam es un paraíso del mercadeo. Todo se compra y se vende en calles, rincones y barcas sobre el río. Aquí también, como en otros lugares de Asia, se muestra el pescado vivo, las ranas, tortugas y serpientes, así como otros animales de tamaño asequible, gallinas, perros o gansos. Las grandes piezas, cerdos, bueyes, quedan expuestos, impúdicamente desmembrados, sobre expositores de madera antigua, atravesada por miles de tajos e impregnada de incontables trazos de sangres. A bordo de inestables motocicletas se cargan los fardos de mercancías para su traslado al mercado. En equilibrios imposibles se amontona todo tipo de objetos para su traslado hacia el puesto de venta. 



Transportes habituales.




Algunos animales vivos en el mercado.

En los mercados vietnamitas también hay puestos de comida donde degustar las especialidades locales, dos de las cuales son el phong y la omnipresente salsa de pescado. El phong es una sopa en la que se mezclan fideos, algo de carne o pescado y verduras, servido todo junto en un bol. Es tan popular en el país que incluso se hacen juegos de palabras con ella: el IPhong, en alusión al modelo de teléfono de la casa Apple, es uno de los más frecuentes. La salsa de pescado se usa como aderezo para las sopas y otros platos. Según su elaboración puede ser más o menos fuerte, aunque siempre es muy salada. La base de la salsa, como se puede suponer, es el pescado que ha sido previamente fermentado, lo cual le confiere un sabor ciertamente lejano al paladar occidental. Sin embargo, una pequeña cantidad mezclada con la comida le da un toque peculiar no desagradable. Los vietnamitas también usan con abundancia las salsas picantes para acompañar los platos. Otras variedades muy sabrosas de comida vietnamita son los rollitos, bien fritos o crudos, y los "noodles" y el arroz como eterno acompañante de toda mesa. Por otra parte, la enorme variedad de frutas que se cultivan allí hace que en los mercados se pueda apreciar una cantidad de colores y formas no sólo desconocidas para nosotros, sino tan llamativas como deliciosas.




Puestos de frutas y verduras.

A lo largo del viaje por Vietnam, aunque todos los mercados me maravillaron igualmente, dos de ellos llamaron especialmente mi atención: el mercado flotante de Cai Rang y el del pueblo Muong Khuong en las montañas del norte cerca de Sa Pa.
En la ciudad de Can Tho en pleno delta del Mekong se extiende sobre el río el mercado  flotante. Al amanecer las aguas oscuras se llenan de barcas cargadas de mercancías, mayoritariamente frutas y verduras que los agricultores locales llevan a diario para la venta. Vendedores y compradores se entremezclan cruzando sus embarcaciones para efectuar las transacciones. La maraña de barcas es grande, aunque todo parece fluir con un orden preestablecido, sin choques ni violencias, sin gritos ni estridencias. La luz del día se va imponiendo y el calor comienza a hacerse sentir. Las imágenes y los sonidos sobre el suave balanceo de los botes dan al conjunto una impresión casi onírica. En algunas de las barcas se vende también comida caliente que se prepara en el mismo momento, sacando de enormes ollas los caldos que completarán un buen tazón de pho o las verduras que se dejarán caer sobre un gran plato de tallarines. Disfruté la sensación amable de moverse como a cámara lenta en medio de aquella disposición inestable sobre el agua. No tenía bastantes ojos para abarcar tanto color y tantas formas distintas. De cada rincón surgía una imagen, una experiencia para conservar. Todas las barcas se mueven  por lo que parecen tramos prefijados, así que al desplazarnos en nuestra embarcación pudimos ser testigos de múltiples escenas a cual más interesante, a cual más fascinadora.










Escenas en el mercado flotante de Cai Rang.

Muong Khuong es una población del distrito de Lao Cai próxima a la frontera con China. Aunque está a una distancia relativamente corta de la turística Sa Pa, si no contamos con las revueltas de la estrecha carretera de montaña que hay que atravesar para llegar, es un lugar tranquilo y carente de turistas. Eso hace que sea un placer mayor disfrutar de sus calles y de su intenso mercado que se celebra cada domingo y donde se dan cita las distintas etnias de la zona. Las mujeres suelen vestir sus ropas tradicionales, coloridas y cargadas de adornos. Los hombres, por el contrario, visten de negro o con ropas occidentales. Ello da una vistosidad mayor al conjunto de los puestos, cargados de cualquier cosa que pueda ser comprada y vendida. 





Habitantes de Muong Khuong en día de mercado.

El mercado estaba repleto, abarrotado más bien. Había llovido y el suelo era una mezcla de barros y charcos. Muchos de los puestos de venta estaban sobre y bajo plásticos para proteger en lo posible las mercancías. La disposición era ligeramente laberíntica, con múltiples callejas irregulares y escaleras que distribuían las localizaciones en diversas alturas, separando el sector del ganado del resto de puestos. En un lateral había mesas y taburetes dispuestos como pequeños comedores donde los visitantes hacían un alto en sus compras para renovar fuerzas con la comida. Muchas mujeres ancianas de rostros imposiblemente hermosos invitaban a adquirir sus productos con una sonrisa, pero al pedirles permiso para fotografiarlas, cerraban con fuerza las bocas, avergonzadas de sus melladuras y dientes negros. Aun así, son tan acogedoras como pícaras y mediante gestos y sonidos me advirtieron que podía hacerles las fotos, aunque sin sonreír. Sólo al volver a guardar la cámara abrieron de nuevo la boca, casi como en un gesto de desafío a su propia timidez.



Ancianas en el mercado.

En este mercado, al ser de zona montañosa, no predomina el pescado, como en el sur y centro del país, sino la carne. Muchos de los puestos de venta están llenos de piezas de gran tamaño de los animales sacrificados para el consumo. Las vendedoras de carne de cerdo descuartizan las cabezas para extraer de ellas las partes más sabrosas, como las carrilleras, y desmenuzan el resto para venderlo más barato. Las carnes se extienden sobre tablas de madera impregnadas de sangre y se exponen a la vista de los potenciales compradores que tocan y revuelven cada pieza con la intención de llevarse la mejor. 



Hay tiendecitas de especias, otras de ropas, muchas de objetos variados, algunos desconocidos porque no forman parte de mi universo habitual. Con todo, lo más especial de los mercados vietnamitas es la conocida y no por ello menos fascinante imagen de confusión ordenada, de caos comprensible que parece derivarse de las idas y venidas entre cacharros y comidas. Las zonas del mercado se subdividen para ofrecer por turnos verduras, carnes, cuchillos, cintas para cestas, telas para confección, cintas para adornar las faldas, horquillas para el pelo, dientes postizos y la más variopinta colección de todo lo que puede adquirirse con dinero o con intercambio. El incesante vaivén de personas es un espectáculo en sí mismo y el acogedor gesto de permitirme estar allí es suficiente para alimentar mis recuerdos más bonitos.










Escenas del mercado.

Los mercados me hacen pensar en la vida en directo. Todo lo que se intercambia en ellos tiene su lugar de ser, todo vale, todo será usado. Dejarse llevar por los caminos sin traza de esas ferias de la cotidianeidad es un placer en sí mismo. Caminar entre cachivaches, olor dulce a especias y el más rancio de las carnes muertas o los animales vivos ayuda a entender el ser de un pueblo. Hacerme partícipe de ello es mi privilegio.