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9/10/11

India: la vida a la vista-5. Hinduismo-2.

Oración frente al Ganges, Rishikesh.

De todas las religiones, el hinduismo es la más sorprendente y estimulante, pese a las íntimas contradicciones que la soportan y la inexorable permanencia de la injusticia a ojos occidentales. Solo una religión como ésta es capaz de sostener el sistema de castas, la constancia de la sumisión y, por otra parte, la insuperable amabilidad pacífica, hospitalaria, carente de preguntas.
En Udaipur llueve constantemente. El cielo se muestra hostil, oscuro, denso y transmite melancolía. Las calles empinadas y enfangadas, plagadas de suciedad, no invitan al paseo, pero la finalidad del mismo es un privilegio que no debo dejar pasar. El templo dedicado a Visnu es un mundo en sí mismo. Está a rebosar de vida y de color y acoge a los forasteros sin manifestaciones evidentes: simplemente, me dejan estar. Yo no interfiero, no se me ocurriría, solo observo y me dejo llevar por los olores, la piedra tallada, las filigranas en mármol que me rodean acogedoras. Poco a poco, la gente llega y llena cualquier espacio disponible. En el sancta sanctorum la imagen del dios objeto de devoción se decora con lo que parecen miles de colores, brillos, adornos excesivos. El conjunto es estridente a nuestros ojos, pero allí simplemente queda bien. El humo de las velas encendidas aporta calidez y un punto de aturdimiento. Hay cánticos animados y gritos de adoración, seguidos de voces aclamadoras. Un hombre santo, vestido en rosa impúdico, mece un balancín donde se ha depositado la figura sagrada del dios, ante el que se inclinan los fieles y sobre el que se desgranan ofrendas en forma de flores. El balancín, cuna de una divinidad adorada por su cualidad de preservador, está decorado al estilo hindú con profusión de brillos y excesos cromáticos. Los candelabros de bronce se rellenan con la grasa que se quemará al final del culto y cuyo humo recogerán con ansia los creyentes que aspiran a verse purificados por el fuego sagrado.

 

La ceremonia se celebra al atardecer. Los fieles van acudiendo, las mujeres en atuendo multicolor, los hombres comedidos y neutros en sus avíos. La calidez del entorno no me abandona. Los cánticos crecen en intensidad y un anciano, que se mueve con gracia infinita, parece ser quien guíe el ritmo de los devotos, animados con la percusión de tambores y platillos diminutos. Frente a la cuna del dios, una vez finalizada la ceremonia propiamente dicha, mujeres y hombres toman posesión del suelo sobre el que se sientan, ocupando las dos mitades del espacio como si una línea invisible trazara la disposición y les mantuviera distantes y separados, aunque nada les impide tocarse, por lo próximo, si así lo desean. Una mujer, vestida de amarillo, se lanza a bailar con entusiasmo religioso y una pizca de sensualidad natural en cada movimiento de su cuerpo todo. El ambiente estaba impregnado de tal intensidad, de una emotividad tal, que no me atrevía a moverme, por miedo a romper el hechizo maravilloso, el privilegio que se me concedía.



Entre las prácticas más propias y atrayentes del culto hinduista se encuentran los rituales del fuego y del agua, puesto que ambos elementos esenciales se consideran purificadores. La expiación por el fuego incluye un proceso que terminará cuando los devotos se impregnen del humo que surge de los candelabros cargados con grasa y encendidos con mechas de lana. Al amanecer y al atardecer, frente al Ganges a lo largo de toda su extensión, miles de fieles se inclinan ante el fuego sagrado. Los brahmanes ejecutan una danza ritual, haciendo girar en círculos amplios los candeleros cuyas llamas van creciendo, alimentadas por el movimiento. Pronto el aire se llena de un humo de acre olor, denso y penetrante, que emana y se reparte alrededor de todos los presentes, incluyendo a las incrédulas, aunque respetuosas, como yo misma.

Candelabro para el ritual del fuego.

 Esperando la purificación, Rishikesh.

 Expiación por el fuego al anochecer, Rishikesh.

 Momento del ritual, Varanasi.

Cuando el ritual ha finalizado, los brahmanes pasean entre la gente acercándoles el fuego que les ha de purgar. Los fieles acogen el humo oscuro entre sus manos abiertas y después hacen el gesto de limpiarse el rostro, en la esperanza de ver así extirpados una culpa, un error o una maldad. Y yo, que he permanecido en silencio todo el tiempo, me quedo sin palabras, contemplando con ojos asombrados el eterno poder de la creencia, el fervor que acompaña a los dolientes y a los resignados. Yo, que voy con ánimo de aprender y vuelvo con el corazón lleno de preguntas.

 Ofrendas.

La purificación por el agua se enlaza con el culto al Ganges, la madre Ganga, el río sagrado y la fuente de la vida espiritual para los hinduistas. La mitología hindú presenta al Ganges en forma femenina, como madre o diosa, originado por Brahma a partir del sudor de Visnu. A su paso por Varanasi el río presenta niveles crecientes y mortales de contaminación, hasta el punto de que en sus aguas solo viven dos especies animales. Sin embargo, esas aguas son para los hinduistas la fuente de esperanza, de liberación y limpieza del alma. Creen que cada vez que se sumergen expían uno de los pecados; lanzar las cenizas de la cremación o el cadáver entero en el caso de los considerados puros libera del ciclo de las reencarnaciones. Es por eso que a lo largo del curso del río hay numerosos lugares sagrados donde es muy frecuente observar rituales vinculados al santo curso del Ganges, siendo especialmente notorios en las ciudades de Haridwar y de Varanasi.

Baño purificador en el Ganges a su paso por Haridwar.

Peregrinas frente al río, Haridwar.
 
Baño al amanecer en Varanasi.

Preparación de ofrendas, Varanasi.

Para nosotros, sabedores de los peligros de las aguas contaminadas, no deja de ser sorprendente la fuerte convicción de los hinduistas que se lanzan con entusiasmo al Ganges. No solo se bañan el cuerpo entero, sino que lavan sus ropas, sus útiles de comida, sus dientes y beben sorbos para que la expiación alcance los más íntimos niveles de su vida. No sé cuál es el porcentaje de enfermedades derivadas de tal práctica ni cómo ha debido ser la adaptación fisiológica de estos creyentes. El extremo se manifiesta en las figuras de los aghori, devotos de Shiva, que no consideran nada impuro que provenga del Ganges, por lo que acostumbran a comer la carne de los cadáveres que devuelve el río, sea cual sea su grado de descomposición. He visto a algunos de estos santones, deambulan por las calles desnudos e impregnados de cenizas de las cremaciones. No se cortan el cabello que les crece en desordenada cascada por el cuerpo. Afortunadamente, no les he visto en situación de mostrar su necro-canibalismo

Brahmanes en las callejuelas próximas a los crematorios, Varanasi.

Ha surgido en varias ocasiones la idea de la cremación. En el hinduismo se prescribe expresamente la cremación, ya que el cuerpo se considera solamente el receptáculo del alma mientras vive la persona, pero una vez muerta debe ser liberada para que fluya el ciclo de las reencarnaciones. En algunas ciudades tanto de India como de Nepal he presenciado cremaciones. El rito es interesante y no resulta especialmente desagradable, siempre y cuando se aisle la observación del hecho de otros componentes emocionales. Los cuerpos de los fallecidos se lavan con agua del Ganges y se perfuman y decoran antes de envolverlos en telas de colores brillantes. Suelen incluirles en lo que podemos llamar sudario unos pedazos de madera de sándalo. En teoría, la incineración con madera de sándalo sería la forma perfecta de conducir el alma hasta su posterior camino, pero es tan cara  y escasa que apenas se puede permitir una pira de esta calidad. Los crematorios se situan frente al río para que las cenizas puedan ser lanzadas a él inmediatamente después de la consunción del cuerpo. En algunas ocasiones he podido ver cuerpos que no se han quemado del todo y que también van a parar a la madre Ganga, quedando a veces anclados en la orilla y a merced de perros que merodean esperando obtener algún bocado. También he visto cuerpos enteros, ya que los considerados puros o santos no necesitan la incineración, al considerar que toda una vida dedicada al ascetismo es suficiente purificación.
Los hijos primogénitos, en señal de duelo, son rapados a pie mismo de la pira, mientras el cadáver espera su turno para ser pasto del fuego. El calor que desprenden las hogueras es impresionante. Los hombres que trabajan aquí aparentan un poco de hastío, mientras que algunas personas que pretenden visitar la zona se arrepienten al poco de llegar y marchan apresuradamente. A mí me interesa y no me causa trastorno alguno la visión de los cuerpos enteros o quemados. Me impresiona mucho más la indiferencia de los trabajadores, generalmente pertenecientes a la casta más baja o incluso a los intocables. Parecen ser ajenos a todo el proceso por el que ellos mismos habrán de pasar. Lejos de la asepsia que predomina en nuestra cultura, donde los muertos son apartados de los vivos, en el hinduismo se acompaña y se toca cada finado, participando en directo de su tránsito.

Puesto de venta de objetos para el ritual funerario, Varanasi.
 Primogénito en manifestación de duelo.
A la izquierda, envuelto en tela dorada, el cadáver.
Madera para las cremaciones, Varanasi.

En el hinduismo hay dos símbolos muy utilizados, aunque no siempre bien conocidos: la sílaba OM y la esvástika. OM representa el sonido primordial y el universo entero, la fusión de lo físico y lo espiritual, la trimurti sagrada. Es un mantra que permite liberar a la mente de pensamientos no necesarios que la alejan de la meditación. La esvástika es una figura en forma de cruz con los brazos doblados en ángulo que se utiliza como manifestación de auspicios favorales, de bien y buena suerte, del movimiento del universo y como representación del sol. Sin duda, nada más lejos de las intenciones de quienes la utilizaron para aterrorizar a todo un continente en la primera mitad del siglo XX. En toda India es muy frecuente encontrar imágenes de OM y de esvástikas, pintadas o esculpidas.

Símbolo OM pintado en la pared de un templo, Varanasi.

 Baño en el Ganges a su paso por Haridwar.

La experiencia de vivir el hinduismo en India es un privilegio. Mis palabras no alcanzan a transmitir ni la fascinación que me genera ni la intensidad de las vivencias de las calles y caminos, de los pueblos y los templos. Volver a India es un paso recurrente en mis intentos por comprender la sutil  y apasionante vida que allí se desarrolla. La religión hindú es, sin duda alguna, contradictoria y opresora, pero compensa con la posibilidad de convivir en paz. No sé si es suficiente. Solo puedo alcanzar a tener una referencia de otra forma de estar en el mundo y, como siempre, ser testigo ocasional para regalarme un tiempo propio, un tiempo libre. Un tiempo.